martes, 8 de marzo de 2016

El desierto de Buzzati

Después de haber ido comprando y leyendo durante los años de mi juventud casi todos los libros de Borges que iba sacando Alianza Editorial en su colección de bolsillo, Emecé empezó a publicar los tochos de las obras completas. Los fui comprando también, a pesar de que ya los tenía casi todos en suelto. Qué sé yo: El placer de tener los volúmenes compactos y tochacos, más el prurito de la completitud, de poseer hasta los libros más recónditos y minoritarios (que no menores).
Aunque tengo muchos repetidos me alegro de lo que hice. Y, sobre todo, celebro el tomo IV, que fue una novedad absoluta para mí, y cuyos componentes no habría leído nunca si no hubiera sido por ese afán coleccionista y maniático.
Era una colección de artículos cortos, reseñas, prólogos para otros libros y alguna conferencia.
Y, de entre todos ellos, y entre las varias referencias a muchos libros desconocidos para mí, había un elogiosísimo prólogo de El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati.


Era sólo media página (Borges era lacónico), y apenas contaba algo; pero qué bien lo insinuaba y cuántas ganas daban de leer ese libro.
Al menos a mí sí me dieron muchas ganas. Me fui a la biblioteca y lo saqué. Y lo devoré.
Me entusiasmó, ¿pero por qué?
Jamás había oído hablar de Dino Buzzati, y con esa novela me había quedado conmocionado. Busqué más obras suyas, pero había poco más: un libro de cuentos también en Alianza Editorial ("Los siete mensajeros y otros relatos") y, muchos años después y en una librería de viejo, un gran tomo de cuentos, con las páginas ya amarillas y quebradizas. Y nada más. Dino Buzzati, definitivamente, ha pasado de moda.
Y, sin embargo, El desierto de los tártaros es inmortal y eterno.
¿Por qué es tan grandísima esta novela? Porque no cuenta nada. No pasa nada.
Bueno, no es por eso. El mérito no es que no pase nada. El mérito es que te pasas toda la novela (y el protagonista toda su vida) esperando que pase algo. Y nada.

Dino Buzzati

Es una novela alegórica, simbólica y tal, pero no os desaniméis: Es de una tensión tremenda. Juega con las expectativas que tenemos todos durante nuestra juventud, esperando una oportunidad para brillar, y nos muestra cómo va transcurriendo nuestra vida sin que surja nunca esa oportunidad, y cómo seguimos esperando tenazmente, heroicamente.
Me gusta escribir, y creo que me defiendo aceptablemente bien cuando tengo una historia con anécdotas, avatares, episodios... Vamos, cuando tengo algo que contar. Por eso me impresiona tanto cuando un escritor no tiene nada que contar y lo hace tan fantásticamente bien.
Miento. Claro que nos cuenta algo. Nos cuenta nuestra propia vida.
Me sorprende que Buzzati escribiera esta novela con sólo treinta y tres años. También me sorprende que me gustara tanto a mis treinta y ocho. Creo que es una novela de vejez, y supongo que a un lector joven no le da tantos matices como a uno ya mayor y desencantado.
Porque a lo que vamos es, como he dicho, a constatar que las expectativas vitales no se cumplen, y que nos pasamos la vida renunciando a cosas atractivas y remuneradoras por esperar otras trascendentes que nunca se van a dar.
La constatación evidente es que la vida es una estafa, pero que la pasión que conlleva siempre vale la pena. (¿O tal vez no?). En todo caso, la expectativa, el ansia, el afán, es lo que nos mueve. Y la falta de recompensa es sólo algo externo y casual. No es culpa nuestra. Nuestra culpa sería no esperar la excelencia y no aspirar a la gloria.

(Dedicado al comentarista anónimo de la anterior entrada, "De nuevo ARCO", de hoy, 7 de marzo de 2016. Y se lo dedico, por extensión, a todos los arquitectos jóvenes y a todos los lectores viejos).

4 comentarios:

  1. Pues no puedo evitar sentirme muy afortunado. Mis expectativas vitales han sido inferiores a lo recibido, o sea, que se han cumplido con creces. No es que haya renunciado, sino que no me han interesado –afortunadamente- falacias aparentemente atractivas y no sé si remuneradoras, y sí que percibo otras cosas transcendentes. No sólo no constato que la vida es una estafa, sino que la siento como el mejor regalo. No me mueve ningún ansia, ni expectativa ni afán, y quizás por eso tengo la recompensa de no envidiar nada ni a nadie, y aprendo mucho o algo de todo y de todos. No aspiro a la excelencia ni a la gloria, y no tengo el mínimo sentimiento de culpabilidad por ello. Sólo a ser algo útil a alguien.

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    1. Wallace: Yo, no sé por qué, sí he esperado algo (no sé qué) de la vida. Eso produce desasosiego y frustración, y a la larga esa sensación de haber sido estafado.
      Tú, por el contrario, eres un sabio.
      Es cierto: La vida es un regalo, y cada cosa que nos pasa cada día debemos tomarla como un milagro.
      Un abrazo.

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  2. Un clásico de este género es la obra de teatro "Esperando a Godot", de Samuel Beckett. Creo que al género lo llaman "teatro del absurdo", y muchos quieren ver en la obra un paralelismo con la vida humana, siempre a la espera de algo, siempre a la búsqueda de un fin que justifique la existencia...
    En realidad es que hemos evolucionado como seres inteligentes para pensar así: a toda causa sigue un efecto, todo efecto tiene una causa. Y en base a este axioma construimos nuestra visión del mundo, nuestro pensammiento, y nuestra manera más íntima de ser. Es una poderosa herramienta lógica la de la causalidad y la de la teleología (las causas finales), que nos ha permitido situarnos como especie dominante del planeta.
    El problema es que al universo le importa un pito nuestra forma de pensar, y no tiene ningún fin ni causa, o al menos no ninguno que podamos aspirar a descubrir (lo que a todos los efectos es similar a no tenerlo). Es por esto por lo que asimilamos tan mal las cosas ilógicas, aquello que se hace sin ningún motivo. El crimen irresoluble es el que no tiene móvil, y para justificarlo, se recurre a la locura.

    Por lo tanto, no te sientas mal, José Ramón, por sentir que la vida no cumplió contigo, que no te da el fin del viaje apoteósico esperado. Es un sentimiento humano, debido a la forma en que nuestro cerebro está construido (wired, dicén en inglés, cableado).
    Hasta aquí la parte biológica, porque otro mundo paralelo a éste y no menos importante es el sicológico, en el cual entran nuestras aspiraciones y deseos, pero en este apartado influye muchísimo la sociedad en la que uno vive, el desarrollo tecnológico, el dinero, etc.
    En este aspecto soy de la opinión de que va a sentirse más feliz (satisfecho) el que menos necesita, como recomienda el compañero Wallace un poco más arriba
    Pero esto de la sicología es un tema muy complejo y prolijo, y no me siento capacitado para entrar en ello.
    Un saludo.

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  3. Anónimo, le pongo un matiz al axioma que mencionas: a toda causa siguen innumerables efectos, y todo efecto tiene innumerables causas. Las posibles combinaciones entre unas y otras tienden a infinito, y siempre me negué a intentar abarcar lo inabarcable, porque sólo genera frustración. Sí que intento explicármelo, pero siempre a base de analogías con otros sistemas más simples y más comprensibles aunque sea intuitivamente, y si se me empieza a escapar, desisto. Lo dejo en manos del programador, que sabrá por qué lo ha programado así.

    José Ramón: de sabio nada, todo lo contrario, pero es que alguna ventaja teníamos que tener los torpes. Si quitamos lastre y tendemos a lo extremadamente sencillo, nos damos cuenta de progresar es restar, no sumar, y la sensación de libertad es inconmensurable, y el tiempo se expande de manera sensible, permitiéndote disfrutar cada vez más de cada vez menos.

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