miércoles, 30 de marzo de 2016

Ofú; claro que la noto

Estos días he visto este pasquín en Facebook:


Me pregunta si noto la diferencia. Ofú; claro que la noto.

Veo un intento muy torpe de defender la profesión de arquitecto respecto a la de ingeniero, y lo hace -como de costumbre- exponiendo lo peor de nosotros.
Yo también defiendo (aquí lo hice por extenso) la competencia de los arquitectos para diseñar casas, y me opongo a los intrusismos y demás confusiones y zancadillas, aunque creo (ya lo dije) que nuestro problema no son los ingenieros.
Pero sí, naturalmente: Creo que un arquitecto es quien debe diseñar una casa, como creo que un médico es quien debe curar enfermedades. Me parece obvio.
Pero es que precisamente el ejemplo de marras muestra lo peor de nosotros.
La casa que (supuestamente) ha proyectado ese ingeniero es un poco tristona y anodina, pero no está mal. La planta muestra unas piezas rectangulares aceptablemente bien distribuidas. Se accede al salón desde un porche, con una piscina enfrente. Puede ser un sitio agradable. La cocina queda a mano del salón, y tiene una salida accesoria a un tendedero-lavadero. Me parece bien. Un pasillo da al dormitorio y, al fondo, al baño, que tienen suficiente intimidad e independencia para ser una casa tan pequeña. Pues no está nada mal.
En todo caso, la forma en que están colocadas las ventanas da una cierta sensación de pobreza o de torpeza. Es demasiado inmediato, y se le podría dar una vueltecilla. O dos. Pero en principio puede valer.

Sin embargo, la otra casa es una vergüenza. A mí me da un poco de vergüenza ajena, y me ofende que se exponga como muestra de "lo que sabemos hacer los arquitectos".
Para empezar, hace trampas. Ingeniero y arquitecto no juegan con las mismas reglas. El dibujo del arquitecto es en colores, y tiene vegetación y otros complementos. No vale comparar dos cosas en desigualdad de condiciones, haciendo una trampa tan evidente y zafia.
En cuanto al diseño de la casa de colores... Ofú. No sé por dónde empezar.
La cocina tiene una forma muy poco práctica, que además deja al salón sin posibilidad de nada. ¿Cómo usar ese salón? Lo veo difícil, y muy molesto. Para colmo le casca una puerta de acceso aún más torpe que la del ingeniero. El dormitorio tiene una pared oblicua, absurda, y el armario queda en el quinto infierno. En una casa tan pequeña se consigue que todo esté lejísimos y nada quede a mano de nada.
¿Y qué es ese círculo entre el dormitorio y el armario? ¿Una piscina-barreño? ¿Cuánto puede tener de diámetro?, ¿un metro veinte? ¿Es un bidé exterior? "Es un jacuzzi", me dice Fray Vicente Jesús de Albadearriba Nomeolvides Tressabores.
-¿Un jacuzzi? ¡Qué me dice usted, Fray Vicen! ¿De uno veinte?
(Ah, sí, vale, que el dibujo del arquitecto también hace trampas con la escala).
-Un jacuzzi íntimo, en una zona semiexterior, para que se bañe la feliz pareja en la intimidad.
-¿Y la piscina?
-Esa es más para toda la familia.
-¿Qué familia, si es una casa de un solo dormitorio?
-¿Y las visitas? Es que eres un borde y un aguafiestas, Joserramoncito.
-Vale, pues apúnteme un jacuzzi... una terraza redonda para el dormitorio... un templete de planta cuadrada en la esquina de la piscina... ¿Es un templete, o sólo es pavimento?

Vamos, que la mierda de casa del arquitecto cuesta el triple o el cuádruple que la del ingeniero y además ha sido cuidadosamente pensada para amargarles la vida a quienes vivan ahí.

jueves, 24 de marzo de 2016

Talento

El talento es la cosa más injusta que hay.
Esto se entiende claramente en la película Amadeus (1984). Allí vemos a Antonio Salieri, gran músico, cuidadoso, estudioso, aplicado, trabajador... apabullado y apisonado por Mozart, inmaduro, frívolo, juerguista... pero un genio.
Sí, ya sé que la película (y la obra de teatro en que se basa) no es excesivamente fidedigna a la realidad histórica: Ni Mozart era tan así ni Salieri tan asao. Pero me vale para ejemplificar lo que digo, que en la película se expone con elocuencia y de una manera muy nítida y gráfica.


¿De qué sirve el trabajo serio, el estudio, la dedicación diligente, si no nos brilla la lamparita, la puñetera e injusta luciérnaga del don? ¿De qué sirve esforzarse tanto, amar tanto lo que hacemos, sufrirlo tanto, si jamás vamos a ser capaces de crear algo perdurable?
¡Ah, qué tremenda injusticia la de los dioses, que nos han dado el ansia, la vocación, las ganas, pero no el talento!

En la escuela de arquitectura coincidí con brillantes alumnos, algunos de los cuales son hoy arquitectos consagrados. Recuerdo que en las correcciones de croquis yo iba con los míos, tan trabajados, tan medidos, tan pensados, tan insulsos y apretujados, con las piezas del programa metidas como con calzador, encajadas con un esfuerzo ímprobo. Y cuando veía los suyos... Tenía la vaga sensación de que habían hecho trampa: Todo tan limpio, tan luminoso, tan sencillo... Era como si estos compañeros brillantes estuvieran recién duchados y yo sucio. Veía sus croquis admirables y pensaba indignado: "Ah, claro, es que hace la entrada por el centro y desde ahí distribuye", o "así cualquiera, con esa doble altura", o "un esquema lineal, ¿no te digo?". Nada de eso me había estado prohibido a mí. Era tan sólo que yo no había tenido la limpieza de ideas, la claridad, la determinación natural, la facilidad... el talento.
Me había peleado con el programa, había estudiado a los maestros, había emborronado muchos croquis, había hecho organigramas con el funcionamiento y relación de las distintas piezas... y veía ahora esos dibujos de mis compañeros claros como un teorema, mientras que los míos eran como una zapatilla vieja.

lunes, 21 de marzo de 2016

La vaca

Hoy es el Día Mundial de la Poesía, y para celebrarlo Arturo González-Campos ha publicado en Facebook una especie de poesía involuntaria fascinante escrita por un niño, que me ha dejado tan estupefacto y tan entusiasmado que dejo lo que estoy haciendo para copiarla aquí.
Arturo dice: "Una de mis poesías preferidas la escribió un niño que no sabía que lo estaba haciendo. #DiaMundialDeLaPoesia"

Y pone a modo de imagen un texto impreso.

(Me he enterado de todo esto gracias a que mi generoso y siempre inteligente amigo Miguel Morea lo ha compartido en su muro. Muchas gracias, Miguel: Me has alegrado el día).

El texto impreso tiene esta introducción: "Ejercicio de redacción escrito por un niño y que se conserva en el Museo Pedagógico de París. El tema propuesto era describir un mamífero o un ave".

Vamos allá:


¿QUÉ ES UNA VACA?

El pájaro del que voy a hablar es el búho.
El búho no ve de día y de noche es más ciego que un topo.
No sé gran cosa del búho, así que continuaré con otro animal que voy a elegir: la vaca.

La vaca es un mamífero.
Tiene seis lados: el de la derecha, el de la izquierda, el de arriba, el de abajo.
El de la parte de atrás tiene un rabo, del que cuelga una brocha.
Con esta brocha se espantan las moscas, para que no caigan en la leche.

La cabeza sirve para que le salgan los cuernos,
y además, porque la boca tiene que estar en alguna parte.
Los cuernos son para combatir con ellos.

Por la parte de abajo tiene la leche.
Está equipada para que se la pueda ordeñar.
Cuando se la ordeña, la leche viene y ya no para nunca.
¿Cómo se las arregla la vaca?
Nunca he podido comprenderlo, pero cada vez sale con más abundancia.

El marido de la vaca es el buey.
El buey no es mamífero.
La vaca no come mucho, pero lo que come lo come dos veces,
así que ya tiene bastante.

Cuando tiene hambre muge,
y cuando no dice nada, es que ya está llena de hierba por dentro.
Las patas le llegan hasta el suelo.

Las vacas tienen un olfato muy desarrollado,
por lo que se la puede oler desde muy lejos.
Por eso es por lo que el aire del campo es tan puro.

(Al pie del texto pone: "Cortesía de Marc Peguera")

sábado, 12 de marzo de 2016

Agradecidoooo, y emocionadoooo...

Agnieszka Stepien y Lorenzo Barnó me han entrevistado en su gran blog.


Como podéis suponer, me encanta.
En las redes sociales tanto ellos como yo hemos difundido mucho la entrevista. Y a su vez muchos amigos se han hecho eco, me han dedicado muy amables palabras y también la han difundido.
Pero como sé que muchos de vosotros seguís este blog pero no estáis en las redes (y hacéis muy bien, qué narices) os pongo abajo el enlace por si os apetece leerla.

Muchas gracias a Lorenzo y a Agnieszka por su atención, y por dedicarme espacio en su solicitadísimo y seguidísimo blog. Han sido muy buenos anfitriones.
Muchas gracias también a todos los que han leído la entrevista y me han felicitado y la han difundido.
Y muchas gracias a todos vosotros. Espero que os guste.

Podéis leerla clicando aquí.

martes, 8 de marzo de 2016

El desierto de Buzzati

Después de haber ido comprando y leyendo durante los años de mi juventud casi todos los libros de Borges que iba sacando Alianza Editorial en su colección de bolsillo, Emecé empezó a publicar los tochos de las obras completas. Los fui comprando también, a pesar de que ya los tenía casi todos en suelto. Qué sé yo: El placer de tener los volúmenes compactos y tochacos, más el prurito de la completitud, de poseer hasta los libros más recónditos y minoritarios (que no menores).
Aunque tengo muchos repetidos me alegro de lo que hice. Y, sobre todo, celebro el tomo IV, que fue una novedad absoluta para mí, y cuyos componentes no habría leído nunca si no hubiera sido por ese afán coleccionista y maniático.
Era una colección de artículos cortos, reseñas, prólogos para otros libros y alguna conferencia.
Y, de entre todos ellos, y entre las varias referencias a muchos libros desconocidos para mí, había un elogiosísimo prólogo de El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati.


Era sólo media página (Borges era lacónico), y apenas contaba algo; pero qué bien lo insinuaba y cuántas ganas daban de leer ese libro.
Al menos a mí sí me dieron muchas ganas. Me fui a la biblioteca y lo saqué. Y lo devoré.
Me entusiasmó, ¿pero por qué?
Jamás había oído hablar de Dino Buzzati, y con esa novela me había quedado conmocionado. Busqué más obras suyas, pero había poco más: un libro de cuentos también en Alianza Editorial ("Los siete mensajeros y otros relatos") y, muchos años después y en una librería de viejo, un gran tomo de cuentos, con las páginas ya amarillas y quebradizas. Y nada más. Dino Buzzati, definitivamente, ha pasado de moda.
Y, sin embargo, El desierto de los tártaros es inmortal y eterno.
¿Por qué es tan grandísima esta novela? Porque no cuenta nada. No pasa nada.
Bueno, no es por eso. El mérito no es que no pase nada. El mérito es que te pasas toda la novela (y el protagonista toda su vida) esperando que pase algo. Y nada.