sábado, 26 de diciembre de 2015

El toque Dumas

El gran escritor Alejandro Dumas (padre) tenía una cara que se la pisaba. Vivía a tope, siempre en la cuerda floja. Ganaba muchísimo dinero y se gastaba todavía más. Era un pinta, un sinvergüenza, un gran amigo.
En cuanto a su trepidante forma de vida, le venía de herencia: Su padre -el Conde Negro- cuando tenía doce o trece años había sido vendido como esclavo por el abuelo, quien con el dinero obtenido viajó a París a recuperar su herencia. Una vez recuperada, el abuelo recompró a su hijo, que se convirtió más tarde en uno de los mejores espadachines de Francia, y llegó a general. El Conde Negro murió muy joven, de cáncer, y dejó huérfano a Alejandro con cuatro años.
Comprenderéis fácilmente que con estos antecedentes personales las novelas de enredo y aventuras salen solas.

Alejandro Dumas, por Nadar

Alejandro Dumas se dedicó frenéticamente a la escritura, frenéticamente al amor, frenéticamente a la caza, a la comida, a la bebida, a la juerga y a la amistad.
Era un hombre apasionado y excesivo.
En sus mejores momentos cobraba verdaderas fortunas por sus novelas, y se las gastaba en un abrir y cerrar de ojos. Contraía deudas, huía, todo ello como si él fuera uno de sus inolvidables personajes.
En aquella época causaban sensación las novelas por entregas: Novelas que el escritor empezaba teniendo sólo una vaga idea de cómo iban a seguir, y que en función del éxito que iban teniendo, y a instancias del editor de los folletines, estiraba y ramificaba.
En esas condiciones era muy difícil que cualquier escritor, que iba improvisando cada entrega, siguiera el hilo de sus novelas. Y más si estaba simultaneando cuatro o cinco.
Por ello, Dumas tenía varios "negros". (Se llaman así, sobre todo en el ámbito literario, pero se aplica y extiende a cualquier otro, a los colaboradores anónimos, cuyos nombres no figuran en las obras y cuyos méritos vampiriza el autor "nominal" u "oficial", que se lleva la fama y el dinero mientras los malpaga).

Tan frenética era la producción de Dumas (padre) y tal dependencia llegó a tener de sus negros que al parecer en una ocasión le preguntó a su hijo: "¿Has leído mi nueva novela?"; a lo que el hijo le contestó: "Yo sí. ¿Y tú?"

viernes, 18 de diciembre de 2015

Cortadle las alas

Hace años que estoy deseando escribir una novela sobre Ivan Leonidov. Su historia me apasiona, y ya conté algo aquí. También conté su muerte en Necrotectónicas.

Ivan Leonidov

Hay una pequeña pega, y es que los datos ciertos que conozco por ahora sobre su biografía se pueden escribir (con letra pequeña) en el reverso de un sello de correos (más bien grande). Pero para eso está la fase de documentación.
Tengo pocas fuentes. Hay bastante más sobre el ambiente, sobre la OSA, la ASNOVA, la VOPRA, etc, y muchísima literatura que nos muestra de una manera muy vívida la vida en la Unión Soviética en aquella época.
El caso es que me apetece ponerme a ello.
Para empezar, se me ha ocurrido un título (provisional, por supuesto): Cortadle las alas.
Me gusta (ahora diré por qué), pero me frenaba su dificultad fonética: esa d fastidiosa y pedante que quiere manifestarse y le quita fluidez al resto.
Lleno de dudas, pedí opiniones en Facebook: Qué pensarían mis amigos, así, a bote pronto y como primera impresión, de una novela cuyo título fuera Cortadle las alas. Incluso pregunté si alguien lo vería mejor con signos de exclamación: ¡Cortadle las alas!, que a mí me parecen excesivos, al menos para el título, pero expresivos.
No expliqué el porqué de ese título, ni de qué iba la novela, ya que sólo quería saber cuál podría ser su primera impresión (de agrado o de desagrado) ante la fonética y los posibles significados de un título algo arriesgado: Cortadle las alas.

Las respuestas se han desencadenado con una rapidez y una profusión tales que me han desbordado. Vaya amigos que tengo en Facebook: Virtuales y todo lo que queráis, pero amabilísimos y muy entregados siempre a la causa. (Dejémoslo así: "La causa"). Muchísimas gracias a todos.
En vez de responderles uno a uno, o de abrir un nuevo hilo largo en Facebook, respondo aquí y de paso les explico el por qué del título.

Leonidov fue el más brillante alumno de arquitectura de su generación. Su proyecto de fin de carrera es famoso, y su maestro, el gran Alexander Vesnin, le puso inmediatamente a dar clases y le llevó a trabajar a su estudio.
Leonidov era tan bueno que incluso antes de haber construido nada ya se hizo famoso. Las revistas publicaban sus proyectos teóricos, sus presentaciones a concursos, sus artículos. Le Corbusier, admirado por el joven ruso, a su vez se interesaba por él.
Pero todo se rompió antes de empezar, antes de despegar.
El realismo socialista, el neoclasicismo, la supuesta ideología proletaria en la arquitectura, se hartaron del talento y de la brillantez del joven. Eso era individualismo, antisocialismo, formalismo burgués y caprichoso, pensamiento contrarrevolucionario, etcétera.
Lo curioso es que Leonidov era un comunista convencido, y lo demostró con su vida, y en sus proyectos había un profundo interés por el programa, por la renovación y mejora de las formas de vida y de utilización y funcionalismo de los edificios. Pero, lamentablemente, el talento, el genio, la brillantez personal, son siempre vistos con recelo por las mentes burocráticas, rutinarias y cobardes, que creen en un igualitarismo mal entendido que consiste en cortarle las alas a quien destaca.

Total, que la revista juvenil Smena (Nueva Generación) publicó en 1931 un artículo titulado "Cortadle las alas", que decía que los leonidovistas estaban en las nubes, y que esa fantasía creativa era frustrante y precipitaba a los jóvenes al abismo. Es curioso, pero Leonidov había terminado la carrera en 1927. En sólo cuatro años se había convertido en un mal ejemplo y en una perversa influencia, y en un líder de una corriente peligrosa. El artículo decía: "Declaremos la guerra a toda esa fantasía creativa. ¡Cortémosle las alas!"
Y vaya si se las cortaron.
Alexander Vesnin, su maestro y jefe, lloró con ese artículo, y Leonidov se emborrachó por primera vez en su vida. Todo se había acabado.
Leonidov aún no había construido nada. Y no le dejaron construir nada nunca en su vida.
(Bueno: Al final hizo, en grupo con más arquitectos, una ridícula escalinata con una fuentecita y un balconcito. Qué horror. Qué tremenda injusticia).

martes, 15 de diciembre de 2015

Socius

Dedicado a mi (ex) socio Tomás Saura

He puesto el título en latín, socius, porque significa algo más que socio.
Según mi modesto diccionario Vox, socius se puede traducir por: asociado, en común, cómplice, aliado, compañero, socio y pariente.
Todo eso ha sido Tomás para mí (y yo para él). Incluso parientes, porque a su vez el diccionario embebe ese término en el concepto de ser de la misma traza, condición, etc.
Y sin embargo somos completamente diferentes.
He hablado aquí de él alguna vez, pero muy de pasada, y creo que ya es hora de dedicarle una entrada.
Los dos somos muy púdicos anímicamente, y muy poco dados a moñeces, carantoñas y demás expresiones de ese tipo. Me resulta raro hablar aquí de él y decir cuánto le aprecio.
Tomás y yo nos conocimos en Seseña (Toledo), mi pueblo, y durante una temporada competimos lealmente. (Ya sabéis en qué consiste esa lealtad: "Este cabronazo se ha llevado el encargo"). La verdad es que yo tenía más encargos que él, pero los suyos, aunque algo menos numerosos, eran bastante más suculentos.
Una virtud de Tomás es que va al grano y no se anda con tonterías. Un buen día, en 1990, me propuso que nos uniéramos. A mí me pareció bien. Uno de Seseña me vaticinó que no íbamos a resistir juntos ni un año. Resistimos veinte, y aún nos llevamos muy bien.
Él vivía en Madrid y yo en Seseña. ¿Dónde montar el estudio? Por aquella época en Seseña no había ni una mala papelería, y no digamos una casa de copias. Tampoco era fácil conseguir que viniera un delineante. Aquí era todo muy difícil.
Así que decidimos montar el chiringuito en Madrid (también con la secreta ambición de que allí nos saliera algo, cosa que no ocurrió), y nos instalamos en la calle del General Arrando, número 36, en un apartamento pequeñísimo, pero en un entorno muy agradable. Su suegro tuvo que avalarnos ante la inmobiliaria para que nos lo alquilara.
Allí empezamos, el uno de marzo de mil novecientos noventa, en esa lata de sardinas. Al año siguiente nos mudamos a uno más grande y a partir de ahí todo fue crecer.

Tomás y yo. Esa foto debe de ser de 1991, en nuestro segundo estudio

Hemos trabajado muchísimo, y esa era la gran virtud de nuestro estudio: que tenía muchísimo trabajo. Tomás ha sido siempre muy 'echao p'alante', y conseguía muy buenos encargos, y se metía en los charcos, y yo le apoyaba. A veces le he dicho con toda sinceridad que he sido un privilegiado teniéndole al lado, porque gracias a él he hecho trabajos (y he ganado dinero) que por mí mismo ni habría soñado. Él me ha dicho (generosamente) que también estaba muy contento conmigo, porque mientras él se lanzaba a picotearlo todo, le era de gran ayuda ver que yo le apoyaba y era un sólido compañero. Bueno, vale, dejémoslo así.
Aunque compartíamos el trabajo, él cada vez estaba más volcado con las relaciones públicas y yo más metido en el estudio. Pero él en el estudio también estaba en su salsa. Dibuja muy bien y, sobre todo, le encanta planificar. No puede vivir sin un gran panel de corcho donde clavar cosas, esquemas, programas, lo que sea. Y es el número uno haciendo tablas larguíííííísimas en papeles larguíííííísimos (papel continuo, A3 empalmados, papel de plotter...) con plannings, desarrollos de dinero, de tiempo, de partes de un trabajo... de lo que sea. Dadle a Tomás un papel muy largo -pero muy largo- y muchos rotuladores de colores -pero muchos- y os arregla lo del cambio climático, los horarios de autobuses de la EMT y los calendarios de vacunación de las diecisiete comunidades autónomas.
El estudio se fue dividiendo cada vez más nítidamente en dos secciones: urbanismo y edificación, que casi llegaron a formar dos departamentos estancos. Él es un gran urbanista, y a mí me gusta calcular estructuras y tal. De modo que en la época de mayor boom y desmadre cada uno nos dedicábamos a trabajos y clientes diferentes.
Pero también hubo mucho trabajo en común, que todavía no sé cómo pudimos hacer, porque los dos somos bastante cabezotas y testarudos, y, después de haber hecho tantos, aún sigo sin saber cómo se hace un proyecto a medias. Pero, como fuera, los hacíamos; al menos en las fases de planteamiento. Luego cada uno desarrollaba una cosa.


Los dos hemos sido siempre leales y generosos. Hemos discutido mucho, lo normal. Yo soy muy cabezota, y justo en el momento más inoportuno tengo un punto socarrón-pesimista-sarcástico para darme dos tortas. Y él es muy metomentodo y 'dispón' y a veces también las pedía. Pero por encima de todo estaba nuestro aprecio mutuo y nuestra amistad.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Cuidado con las habas

A Manuel Ángel Morales Gutiérrez (@angel_neoars en twitter),
quien con sus comentarios me ha sugerido esta entrada y me 
ha animado a publicarla. 

Pitágoras es uno de los sabios más sabios de la historia de la humanidad. (Perdón; con mayúsculas: de la Historia de la Humanidad).
Aparte de su famoso teorema, que todos conocemos, y que hay quien dice que no es suyo, sino de su discípulo Híspaso de Metaponto (y otros señalan que es muy anterior, y que ya lo utilizaban los egipcios), su figura, su obra y su pensamiento abarca mucho más y tiene mucho más alcance, mucha más repercusión y mucha más transcendencia de lo que pensamos.

Pitágoras de Samos

Se le considera el primer matemático puro, y tuvo una cabeza prodigiosa. Fue un genio en la concepción y en el descubrimiento de la estructura y la función de los números, en la cosmovisión, en la idea de los intervalos musicales, en los primeros conceptos geométricos... Pero no le gustaban las habas.

Vale. Qué tontería. Pues no le gustaban las habas. No pasa nada. A mí no me gusta el queso. ¿Y qué?

Ya; pero es que en el caso de Pitágoras la cosa fue bastante más grave: Fundó una secta filosófica basada, entre otras cosas, en el odio a las habas.
Esta "Escuela Pitagórica", que también podríamos llamar -¿por qué no?- "Escuela Antifábica" (por no decir ἀντ-φάσηλος, que me he sacado de la manga y de un traductor automático español-griego antiguo) mezclaba ideas científicas, religiosas y esotéricas, y se basaba en varios principios muy importantes y trascendentes. Por ejemplo:

* La dualidad entre el bien y el mal, entre el alma y el cuerpo. ("El cuerpo es la tumba del alma").
* Por lo tanto, la necesidad de una continua purificación moral.
* Los números son la materia de la que está hecho el mundo.
* Las mujeres tienen relevancia y son iguales a los hombres en dignidad y derechos.
* Las habas son el mal. Vamos: no ya el mal, sino lo puto peor de lo peor del universo; la maldición.

¿Einnnn? ¿Qué le pasaba a este hombre?

Pues sí. Id a saber por qué, y qué le habrían hecho las habas, o si su madre le obligaba a comerlas de niño, o si le produjeron flatulencias, dolor de tripa o lo que fuera, pero Pitágoras no veía tan mal asesinar a un pobre niño desvalido como zamparse un plato de habitas salteadas.

¿Qué quiero contaros con todo esto? Pues no sé: Que la gente es muy poliédrica, y que algunas personas nos pueden llenar de admiración por algunos de sus logros y algunas de sus ideas, y nos pueden sonrojar de vergüenza o de desprecio por otras.
Los pitagóricos eran un grupo de gente (hombres y mujeres) que estudiaba y discutía sobre matemáticas (salieron unas cuantas matemáticas muy estimables, cosa impensable en aquella época), pero también sobre reencarnación, sobre el viaje a los infiernos, sobre el más allá y sobre la abominación de las habas.
Ojocuidao ahí, que todo iba junto y en el mismo paquete.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Los nombres de las calles

Paseando por mi pueblo he caído en la cuenta de que prácticamente todos los promotores inmobiliarios que han pasado por aquí han dejado calles, plazas y avenidas a nombre de sus padres, de sus hijos, de sus esposas...
Parece mentira que sean esos nombres los que acaben configurando los callejeros de nuestros pueblos y los que vayan a forjar nuestra memoria urbana y la de nuestros hijos.
En mi pueblo ha habido, de siempre, una Plaza de la Fuente porque en ella está la fuente; una Calle de la Vega porque por ella se sale del pueblo y se va hacia la vega; una Calle del Cristo que sube desde la plaza hasta la hoy desaparecida ermita del Cristo; una Calle Ancha porque era la más ancha; una Calle de la Botica porque... Así de simple y de sencillo era mi pueblo.
Después se pusieron nombres a algunas calles nuevas: A una el de un cura que estuvo muchísimos años y a quien la gente recordaba con cariño; a otra el de un médico muy querido que pasó aquí casi toda la vida; a otra el de un secretario por lo mismo... Hay un parque a nombre de un vecino (tío abuelo mío), y así algún otro lugar del pueblo. Me parece muy bien: Los nombres de vecinos queridos y respetados, de personas a las que el pueblo quiere recordar para siempre; gente insignificante para el mundo pero muy importante para sus vecinos, y de la que éstos quieren guardar memoria.
Sin embargo, en estos últimos años un promotor nos ha dejado una avenida a nombre de su madre, otra a nombre de su padre, un parque a nombre de su mujer y yo qué se qué más. Otro nos ha dejado una avenida a nombre de su empresa (que a su vez contiene las iniciales de sus hijos) y una plaza a su propio nombre. Otro más nos ha dejado una plaza a nombre de su padre. Otro una calle a nombre de su esposa. Etcétera.
¿Quiénes son estos personajes que pueblan nuestros callejeros? Pues gente que no pisaron jamás el pueblo, que no lo conocen de nada y a quienes nadie del pueblo conoce. Y cuyos nombres quedan grabados sin fundamento, sin necesidad, sin reconocimiento y sin justicia.
Es un ejemplo más del disparate que se ha adueñado de nuestras vidas.
En una época de enorme crecimiento, los administrativos del ayuntamiento se las veían y se las deseaban para buscar nombres de flores para nombrar las calles de una urbanización, de pájaros para otra, de escritores para otra, de minerales para otra, de islas para otra más, etcétera.
Es una consecuencia, tal vez tonta e insignificante, de este urbanismo de PAUs, de zonificación brutal y expeditiva, de creación de tejido urbano de la nada que hemos padecido: De este "Hurbanismo".
En los proyectos de urbanización las calles se llamaban A, B, C, D..., y cuando se terminaban y la gente empezaba a vivir en las casas resultantes el ayuntamiento tenía que poner deprisa y corriendo "Calle de Pío Baroja", "Calle de Miguel de Unamuno", "Calle de Valle-Inclán", "Calle de Ramiro de Maeztu"... o "Calle de la Oropéndola", "Calle del Jilguero", "Calle del Gorrión", "Calle de la Paloma"... Etcétera. Así, porque sí y a capón.
Así que si el promotor de turno ya les daba resuelto el asunto y les presentaba un plano con los nombres de las calles ya puestos -Avenida de Antonia Motilla Sánchez (su esposa), Calle de Luis Alberto Pérez Motilla, Calle de Juan José Pérez Motilla, Calle de María Teresa Pérez Motilla y Calle de Leonardo da Vinci (es que no tenía más hijos)-, el ayuntamiento le daba el okey y se quedaba tan contento.
La verdad es que para esto yo habría preferido dejar los nombres fríos de los planes parciales: "Calle A de la Primera Fase del SAU 24"; como los asteroides que se van descubriendo ahora, que ya no tienen nombres de dioses romanos, sino de conservantes.

Una variante divertida de este fenómeno se ha dado en más de un lugar (esta vez no en mi pueblo) cuando el promotor, una vez saciado su amor filial, conyugal y paternal, delegaba en el arquitecto la tarea de nominar las demás calles, y éste decidía convocar y concitar a todos sus héroes. Y así nos encontramos alguna urbanización con las calles Alvar Aalto, Frank Lloyd Wright, Miguel Fisac, Santiago Calatrava y Rafael Moneo. Y lo más impresionante es que en ellas hay unas casas que no tienen nada que ver con ellos, porque las casas ya sí las diseñaba el promotor a su gusto. ("Es que esto es lo que vende").

No es mi pueblo. Es otro cercano. Clica y lo verás más grande.

En la imagen superior se ve un fragmento de plano del callejero de un pueblo en el que podemos ver las calles de Alvar Aalto, de Miguel Fisac, de Sainz [sic] de Oiza, de Álvaro Siza, de Norman Foster, de Santiago Calatrava y de Rodrigo Carrasco (que ya estaba allí antes y viene de otra historia). (Las que no aparecen rotuladas en este plano son las calles de Rafael Moneo, de Frank Gehry y de Pablo Palazuelo (¿?). Y fuera del fragmento seleccionado, por el sur, siguen la de Walter Gropius y la de Alonso de Covarruvias. (Menudo cacao).
Fuera de este fragmento, por el este, nos encontramos con las calles de Bramante, Juan de Villanueva, Ventura Rodríguez, Andrea Palladio, Francisco Sabatini...