jueves, 30 de abril de 2015

Que se la queden

Esto de vivir en un despropósito continuo hace que uno se acostumbre, que compruebe día a día que la bajeza que creía insuperable es superada de nuevo y que ya no le sorprenda nada de nada.
Hace tiempo glosé aquí cómo la ínclita Doñaespe deseaba la muerte de los arquitectos en general y de los buenos en particular.
Pues ahora que esa personaja aspira a la alcaldía de Madrid y que, por lo tanto, se presupone que quiere lo mejor para la ciudad y sus habitantes, descubrimos que no, que lo que quiere es que la ciudad quede cuca para los turistas. Los habitantes, especialmente si son pobres, harían bien en morirse o, al menos, en marcharse a otro sitio.


No entro en la cuestión de fondo, en la falta de empatía y de com-pasión de esta politicastra por sus (supuestos) congéneres y conciudadanos. No profundizo en su carácter psicópata, que le impide ponerse en el lugar de los demás y "sentir" sus sentimientos. Tampoco menciono su bajeza moral ni su desfachatez, su maldad y su crueldad.
Tampoco quiero valorar el sistema económico y moral que primero ha dejado gente a merced de la intemperie, y después les pide que se escondan, que se mueran, que se desintegren porque hacen mal efecto.

Quino. Mafalda

No. Cierro los ojos y no quiero ver eso. (Mucha gente mucho mejor que yo ya ha comentado esos aspectos del problema). Yo quiero hablar de urbanismo.

¿Qué es la ciudad? ¿Qué son los espacios urbanos? ¿Son residuos que quedan entre los edificios? ¿Son espacio? ¿Son espacio público? ¿Son sitios? ¿Son fértiles o estériles?
Civilización viene de civis. En la ciudad es donde nace la relación social, el intercambio de ideas, el enriquecimiento social, el progreso. Y eso no ocurre en la casa de Fulano o de Mengano, sino en el ágora, en el espacio público.

Manuel Delgado, El espacio público como ideología
(Clica aquí y lee la reseña)

Para muchos, el espacio privado es nido y refugio, morada segura, y el espacio público es selva y peligro. Y, todavía peor, para muchos el espacio público es innecesario. Las casas están cada vez más dotadas para no necesitar nada exterior. Una vida plácida y feliz es la que no te exige salir a la calle.
En la calle sólo pasan cosas malas y la gente huele mal.
Además, el espacio público no es lucrativo.

miércoles, 22 de abril de 2015

Smart-todo

En este mundo de smart-phones, domótica, coches que aparcan solos, smart-tv, asientos ergonómicos, autocorrectores de textos, etcétera, las personas ya no tenemos que hacer nada. Tampoco tenemos que saber nada: Si escuchamos el nombre de un filósofo húngaro del S.XII lo tecleamos en nuestro smart-phone y en el acto leemos en la wikipedia la fecha de su nacimiento y de su muerte, sus escritos más notorios y un resumen de sus principales ideas. Y cerramos el aparato y seguimos sumidos en nuestra vastísima y bastísima ignorancia.
Todo es inteligente, todo es smart; menos nosotros. Tenemos tantas cosas programadas para pensar por nosotros que nos hemos quedado sin la necesidad (ni las ganas) de pensar.
Recuerdo cómo conocí la palabra smart. No sabía que era un adjetivo. La conocí como apellido: el de Maxwell Smart.

Maxwell Smart, el Superagente 86

Cuando lo entendí al fin (décadas después, y gracias a un modelo de automóvil) me gustó mucho retrospectivamente la elección del nombre de uno de los mayores héroes de mi infancia.
Como vengo diciendo, hoy todo es smart, pero hay unas smarts que quizá no conozca aún mucha gente, y que a mí me fascinan por lo que tienen de metáfora de nuestras cada vez más estúpidas vidas: las smart-windows.

Retrocedamos unos años, y vayamos a un país extraño, remoto, casi mítico (o tal vez mitológico), cuyo nombre no diré porque pertenece al mundo de los sueños y de las ilusiones más entrañables y recónditas.

En ese beatífico y mirífico país el gobierno mandó redactar un código técnico de la edificación, que compendiara todo lo compendiable de todas las arduas materias que tenían relación con la construcción de edificios.
Para hacer tan monumental código partieron de dos premisas no sólo plausibles, sino emocionantes:

1.- El código abarcaría todos los campos posibles, y de cada campo se encargaría un equipo de sabios.
2.- Los equipos estarían separados entre sí. No habría ningún contacto entre ellos.

¿Se puede ser más listo? ¿Puede haber un país con mayor smart-government?

Así, un equipo empeñado en que los edificios no perdieran calor por ningún sitio exigió que las ventanas (en ciertas zonas climáticas) fueran herméticas, mientras que otro consagrado a que la calidad del aire fuera idónea y a que se renovara continuamente y no se produjeran condensaciones exigió agujeros siempre abiertos en las fachadas de todas las habitaciones.

Como había que cumplir ambas condiciones, era necesario instalar ventanas herméticas en una pared con agujeros. ¡Sólo con recordar ese momento se me saltan las lágrimas! Es una de las experiencias más poéticamente surrealistas que he vivido. Un país que legisla esas cosas merece un puesto de honor en la historia.

Como los agujeros no tenían por qué estar necesariamente en las paredes, se pensó hacer ventanas herméticas pero con agujeros en los marcos.


Y luego dicen que el urinario de Marcel Duchamp es una obra maestra del surrealismo. ¡Pues anda que la ventana hermética con bujero!


El equipo de sabios que velaba por que no perdiéramos calorcito exigía (ya lo hemos dicho) que la ventana fuera hermética, mientras que el otro equipo que quería que respiráramos aire limpio y que no se produjeran condensaciones prohibía que esas rejillas pudieran cerrarse.
Solución: Unas ventanas carísimas que no servían para nada.

miércoles, 15 de abril de 2015

Aburrimiento. Desánimo

Nos lo estábamos temiendo y al final parece que la cosa es ya inminente. Hasta mandé una protesta al Ayuntamiento de Madrid, un mero recurso al pataleo. Me contestaron con muy buena educación diciéndome que me tomara algo, o que me diera un tripazo contra el suelo. Todo da igual. Nada sirve para nada. Qué aburrimiento. Qué desánimo.
Hace unos días he visto en EL PAÍS un artículo que decía que la cosa ya va en serio, y aquí os lo pongo por si lo queréis leer.

La cosa de Emilio Ambasz en el Paseo del Prado de Madrid

Parece mentira de qué forma tan estúpida se le puede vender una moto al que probablemente tenga el dudoso honor de ser el consistorio local más tonto y más patán de todas las capitales europeas.
Un espabilao, un arquitecto mediocre pero socialmente exitoso y políticamente apetecible como Emilio Ambasz, que ha tenido a veces intuiciones arquitectónicas interesantes, pero a mi juicio no las ha sabido desarrollar, ha parido una idea muy ambigua: Hacerse un automuseo de la Arquitectura, de las Artes, del Diseño, del Urbanismo y de los Afinadores de Pianos, donde se homenajeará a los grandes artistas mundiales, entre los que, naturalmente, está él mismo.
Un museo sin programa, sin estructura, sin argumento. Tendrá unas maquetas y unos paneles de los más grandes arquitectos: Le Corbusier, Mies, Wright, Ambasz... Vamos, túyamentiendes.

Emilio Ambasz

Para hacer semejante parida se carga un edificio protegido. Qué más da.
A lo mejor usted quiere poner una peluquería por allí y le vuelven loco con el tamaño de la primera P del rótulo ("Peluquería López"), con la rejilla del aire acondicionado y con el color y la tupidez del cierre enrollable. Pero a Don Emilio le dejan que derribe un edificio protegido, completo, y que levante en su lugar una mierda pinchada en un palo.

Perdón por la grosería. Pretendo ser un crítico medianamente serio de la arquitectura y debería utilizar un léxico más apropiado y adecuado. Perdón.
Lo que quería decir, y ahora hago un análisis de las informaciones gráficas y programáticas de que dispongo, es que el proyecto de Museo de Ambasz es una obra arquitectónica cuya estructura espacial y plástica, tanto desde el punto de vista fenomenológico como incluso desde el punto de vista epistemológico-crítico, es una señora mierda pinchada en un señor palo. Así está mejor.
Y con jardín vertical. Naturalmente. ¿Cómo hacer hoy un edificio sin jardín vertical?
(Hasta el jardín vertical es una mpeup, comparado con el del CaixaForum de al lado).

¿Por qué se le deja a este señor hacer este edificio? ¿Por qué a nadie más le habrían dejado ni tocar una cornisa, una jamba o un dintel del edificio actual y a este señor le dejan derribarlo impunemente?
¿Qué concurso ha ganado Ambasz para poder hacer esa cosa? Ah, que no, que es una cosa privada, que es suya y no necesita concurso. ¿Entonces por qué el Ayuntamiento de Madrid le hace la cesión de ese solar?
Por muy privada y muy particular que sea la "Peluquería López" al señor López no le dejan tocar ni un ladrillo del edificio protegido, y menos le dejan tirar un edificio de propiedad pública para cederle el solar ad eternum. (Está bien: ad multo tempore).

Vamos, lo de siempre: Todos los demás tenemos que correr siempre la Maratón con los clavos de las zapatillas hacia adentro y con la boca llena de polvorones, mientras que unos pocos privilegiados la hacen en Rolls Royce, bebiendo champagne en el asiento de atrás, tapizado con piel de lomo de ternera virgen.

sábado, 11 de abril de 2015

Adversarios y socios (ante esqueletos de dinosaurio)

Uno de mis escritores favoritos (y de muchísima gente) es Raymond Carver. Es un cuentista estadounidense muy en la tradición de allí. Al menos a mí su aliento me trae un aroma lejano a Hemingway, Faulkner, Dos Passos, Scott Fitzgerald... y mucho más cercano a McCullers, CapoteCheever...
Pero, a mi juicio, ese aroma es llevado a la máxima evocación e intensidad por Carver. Me parece extraordinario.


Carver no cuenta historias redondas, como tampoco lo hacen sus compañeros de oficio y de "escuela". Él va más allá y ni siquiera cuenta historias. Pero crea un ambiente, una sensación, un aire que nos hace entender y vivir esas vidas que nos muestra. Podemos no ser alcohólicos, y de repente en una página no es que entendamos al personaje alcohólico, es que entramos en él y somos él. Podemos ser solteros, o estar feliz y apaciblemente casados, y sin embargo una secuencia de párrafos o de frases sueltas nos hace sentir la soledad, el rencor o el fracaso de un divorciado que sigue amando a su ex mujer y que, sencillamente, tiene que contarle una cosa importante pero ya sabemos que no se la va a contar.
¿Cómo logra Carver llevarnos a esa desolación, a esa poesía tierna y levemente sórdida? Pues con sus armas: con las palabras. Sus palabras desnudas, cínicas y al mismo tiempo tiernas nos emocionan de una manera inigualable ante la más anodina de las historias. Ni siquiera son historias: Son fragmentos, son perspectivas deshilachadas e inconexas. Son situaciones que no entendemos cómo han llegado hasta aquí ni cómo van a desarrollarse después, pero que, en el breve fragmento al que nos asomamos como testigos, nos tocan y nos transforman.
Y, sin embargo, ahora sabemos que ese laconismo literario, esa precisión de picapedrero, no eran cualidades suyas, sino de su editor.
En este artículo Francisco Corrales nos cuenta que, por poner sólo un ejemplo, la frase "John subía la escalera camino de su habitación", que muestra en su desnudez y en su simplicidad cuánto nos gusta Carver, podría haber sido "John ascendía con paso firme sobre el esqueleto de madera de un dinosaurio cuyo lomo barnizado comunicaba el hermoso salón con el cuarto del sueño donde una reparadora cama acunaría su exhausto corazón" si el editor Gordon Lish no lo hubiera evitado.
Tenemos al editor como enemigo necesario del escritor, como terapeuta o como "torturador".
-Por favor, Gordon, no me taches lo del esqueleto del dinosaurio. Es un hallazgo fantástico.
-Es una mierda, Raymond, y lo sabes. Fuera.
Y el esqueleto iba fuera, y se iba creando la literatura más fascinante de los últimos tiempos.
Es curioso, porque Lish le tachaba a Carver, pero él era incapaz de escribir nada bueno. Necesitaba al verborreico Carver para, quitándole la verborrea, hacer algo tan grande y tan extraordinariamente bueno.

Todo esto lo sabemos porque un escritor tan excepcional, que vivió tan poco tiempo y escribió tan poco, nos dejó a todos con la miel en los labios y con ganas de más. Tras su muerte sus allegados revolvieron sus cajones y dieron a la imprenta toda la basura que encontraron.
Entre otros "tesoros" se publicó Principiantes, que es la versión previa, palabrera y poco equilibrada de De qué hablamos cuando hablamos de amor, que es la obra maestra depurada por Lish. (Por los títulos respectivos parecería lo contrario). Ahí podemos ver la fecunda labor de poda y de siega del editor.

Uno de los mayores crímenes de la historia del cine es el que los productores perpetraron contra El Cuarto Mandamiento (Los Magníficos Amberson) de Orson Welles.


Los productores metieron mano vilmente a la película, le quitaron cuarenta y cinco minutos centrales, donde está el cogollo de toda la trama, y filmaron una secuencia final sin contar con Welles, resolviendo la historia como les dio la gana.
Con todo, la película les quedó con 131 minutos, y tras los horribles fracasos de los pases previos se redujo a 88 minutos.
El resultado es un mejunje mutilado que no cuenta casi nada de lo esencial y desde luego nada de lo anecdótico o complementario.
Vamos: El resultado es un crimen.
Y sin embargo a mí me gusta. Me gusta mucho. Me parece una película magnífica.

lunes, 6 de abril de 2015

El derby de Kentucky

(A Emilio, por supuesto)


Samuel Goldwyn le timó mil dólares a Billy Wilder: No cumplió la promesa de pagarle dos mil quinientos extra si la película Bola de Fuego (cuya idea y guión habían sido suyos) tenía éxito.
-Mister Goldwyn, la película va muy bien. ¿Y mi dinero?
-¿Qué dinero?
-Los dos mil quinientos dólares que usted me prometió.
-¿Que yo le prometí qué?
-Me pagó siete quinientos, y me prometió otros dos quinientos si la película iba bien en taquilla. Y va como un tiro.
-¿Le pagué siete mil quinientos dólares por su guión? ¡Qué barbaridad! ¿Y dice que le prometí otros dos mil quinientos? ¿Tiene usted el contrato en que se dice eso? Cuando prometo algo lo hago por escrito. (If I promise, I promise on paper).

Wilder se enfadó mucho, y Goldwyn, que decía no acordarse de nada, después de discutir con él varias veces le acabó dando mil quinientos dólares para que se consolara, y aun esa cantidad se la pagó porque estaba encantado con él y quería que le propusiera más argumentos para hacer más películas lucrativas.
Le dijo que no dudara en llamarle cuando se le ocurriera alguna otra idea.
Que a Billy Wilder se le ocurriera una nueva idea cinematográfica era tan fácil y tan inevitable como que yo me coma algunos pares de torrijas si me ponen delante de una fuente llena de ellas. Así que al cabo de dos días Wilder estaba de nuevo llamando a la puerta de Goldwyn.
-Mister Goldwyn, creo que tengo una idea para usted.
-Cuente, cuente.
Pero Billy Wilder, en vez de lanzarse a contarle el argumento, le empezó a adular, diciéndole que no era una obra apta para un público patán, sino para gente selecta, y que sólo alguien tan culto como Goldwyn podría entender...
-Yo no soy culto, amigo, pero soy listo. Y soy un empresario con instinto. Yo quiero hacer una película que deje en la taquilla millones de monedas de níquel, y me da igual si salen de los bolsillos de los patanes o de los cultos.
-Sí, claro, por supuesto. Yo también conozco el negocio del cine. Pero en este caso habría que elevar un poco la mente...
Muy mosqueado por los rodeos del guionista, el productor le dijo con tono seco y perentorio:
-Vale, vale. Cuénteme la historia.
-Bueno, verá: Se trata de una película sobre la vida de Nijinsky.


-¿Nijinsky? ¿Quién coño es ese Nijinsky?
-Fue el pobre hijo de unos campesinos ucranianos...
-¿Ucrania? ¿Rusia? ¿UN RUSO?
-Bueno, sí. El Imperio Ruso. Un muchacho ruso hijo de campesinos que soñaba con convertirse en un bailarín...
-¿UN BAILARÍN? ¿DE ESOS DE BALLET? ¿CON SUS MALLAS Y TODO ESO?
-Sí, claro. Naturalmente. Un bailarín. Pero espere. Eso es lo de menos.
-Ya puede usted contarme una buena historia. Tiene que ser muy buena para que me trague todo eso -dijo Goldwyn bufando.
-Pues verá: Un día el gran Diaghilev descubrió a ese joven en la escuela de ballet. Fue una revelación. Imagine la escena... ¿Sabe usted quién era Diaghilev?
-Ni idea. Ni la más remota idea.
-Diaghilev era el mayor empresario del famoso ballet ruso. Vio al joven Nijinsky y se quedó fascinado. Y se enamoró inmediatamente de él.
-¿CÓMO? NO LE HE ENTENDIDO BIEN. ¡DÍGAME QUE ESA TAL DIAGHILEV ERA UNA MUJER!
-No, no. Era un hombre. Era uno de los más grandes...
-¡CÁLLESE, WILDER! ¿QUÉ MIERDA DE HISTORIA ES ÉSTA? ¿DOS HOMBRES? ¿DOS MARICAS? ¡CÁLLESE DE UNA VEZ! ¿CÓMO QUIERE QUE YO PRODUZCA UNA PELÍCULA ASÍ? ¡VALIENTE PORQUERÍA! ¡UNA PELÍCULA PORNOGRÁFICA PARA MARICAS! ¿SE HA VUELTO USTED LOCO?
Wilder intentó explicarle que no era nada de eso. Era mucho más que una historia de amor. Le explicó que Diaghilev convirtió a Nijinsky en la mayor estrella de ballet del mundo. Pero en una gira por Sudamérica Nijinsky se enamoró de una bailarina de la compañía y se casó con ella en Buenos Aires. Cuando le llegó la noticia a Diaghilev, que estaba en San Petersburgo, se puso como loco...
-¡BASTA! ¡BASTA! ¡DOS RUSOS! ¡UNO BAILARÍN A PELO Y A PLUMA! ¡EL OTRO MARICÓN CON ATAQUE DE CUERNOS! ¡BASTA! ¡VÁYASE!
-Pero Mister Goldwyn: Usted es una antorcha, usted es un faro y una guía para el cine mundial. Tiene usted que contar esta historia prodigiosa. Tiene usted que hacer esta gran película. Escúcheme: La verdadera historia es que Diaghilev amenazó a Nijinsky con destruirlo, y a partir de ahí comenzó su caída. Imagínese qué fuerza dramática: El gran bailarín se derrumba por culpa de quien lo alzó. El pobre Nijinsky terminó loco.
-¡LOCO! ¡ENCIMA LOCO! ¡NO ME EXTRAÑA! ¡COMO SIGA USTED HABLANDO VOY A TERMINAR LOCO YO!
-Fue internado en un sanatorio de Suiza, y llegó al convencimiento de que era un caballo.
-¡UN CABALLO! ¡VÁYASE! ¡VÁYASE, WILDER! ¡FUERA! ¡FUERAAAAA!
-Por favor, Mister Goldwyn, intente verlo cinematográficamente. Visualícelo: Nijinsky moviéndose como un caballo, galopando por el jardín del sanatorio mientras suena La Siesta del Fauno... Hay un inserto...
-¡COMO SI SUENA EL RONQUIDO DE SU PUTA MADREEEEEE! ¡FUERAAAAAA!
-Pero...
Entonces Samuel Goldwyn agarró un cenicero y fue haciendo un resumen dando golpes con él sobre la mesa:
-¡UN RUSO! -golpe- ¡BAILARÍN! -golpe- ¡MARICÓN! -golpe- ¡OTRO RUSO MARICÓN! -golpe- ¡EL UNO CORNUDO! -golpe- ¡Y EL OTRO LOCO! -golpe- ¡Y CABALLO! -redoble de golpes y amago de lanzarle el cenicero a Billy Wilder.
Goldwyn se había enfadado de verdad. Wilder se dispuso a abandonar el despacho. Pero cuando estaba en la puerta se volvió al productor:
-Está bien, Mister Goldwyn. Ya sé: Quiere usted una historia atractiva y con un happy end. No hay ningún problema. Podemos hacer que al final todo se resuelva en que Nijinsky no sólo cree que es un caballo, sino que además gana el derby de Kentucky.