martes, 3 de junio de 2014

El Hacedor de Borges de Fernández Mallo (Re-re-make-make)

El término "postmoderno" (o "post-moderno", o "posmoderno") surgió en el campo de la arquitectura. Tuvo un gran éxito y de ahí se extendió a todos los demás campos de la actividad humana.
En arquitectura fue fácil trazar la raya porque el concepto "moderno" estaba muy claramente adscrito a una época, a unos ideales y a un estilo. (Cuando se acuña el título de "moderno" para un movimiento o una época, inmediatamente deja de significar "lo actual", porque se va quedando más y más atrás según pasa el tiempo. De esta forma, en ciertos contextos y ante ciertas comparaciones, "moderno" acaba significando "antiguo").
Pero al final, habiendo sido el campo donde se acuñó el término, es en la arquitectura donde más difícil se me hace entender la post-modernidad. Hay otros campos, principalmente la literatura, donde la veo mucho más claramente y, sobre todo, donde la encuentro más fértil, más inteligente y más útil.
Todo lo que se hace hoy que aporte algo y comente algo sobre el mundo y la cultura, tiene que ser necesariamente post-moderno. Ser hoy moderno (como ser románico, gótico o renacentista) es adoptar una mera pose historicista e inútil.
(Un problema inesperado es que muy a menudo se ha usado y se usa "post-moderno" como "anti-moderno". No me refiero a eso).
Borges decía que era moderno, pero que eso no constituía ninguna elección suya, sino que no podía ser otra cosa. Esto era así necesariamente en su juventud ultraísta. Pero del mismo modo, con el paso del tiempo y con su actitud atenta y creativa, acabó en post-moderno. No puede ser de otra manera. Todo lo demás es refugiarse en el pasado y hacer academicismo estéril.
Hay datos y elementos postmodernos innegables en la obra de Borges: El palimpsesto(*), las referencias en capas superpuestas, los juegos de ida y retorno, el lenguaje como objeto en sí y como mensaje en sí, la pérdida del sujeto (Borges y yo), la autorreferencia, el humor, etc.
Pues bien, dando una nueva vuelta de tuerca al post-modernismo borgiano, Agustín Fernández Mallo lo pliega, lo dobla, lo desdobla, lo estira y lo reescribe, en una compleja operación, exquisitamente intelectual, que nos lo trae hasta la actualidad, salvando las varias décadas de distancia, re-tonificándolo y expandiéndolo en este mundo loco y desvariado, riquísimo, complejísimo y sutil.


Ya Borges juega continuamente con las sombras suyas y de los otros, con los rastros, con las presencias y los ecos; con los espejos y las alusiones, con los tigres y el agua de sus rayas. Fernández Mallo juega al juego de Borges y palimpsestea los palimpsestos, espejea los espejos y refiere las referencias.
El juego es sencillamente brillante. Las capas de significado se multiplican hasta no se sabe dónde. Las referencias, como los jardines, se bifurcan.
Borges habría disfrutado enormemente con este libro. (La eterna obsesión de Borges por "el otro", "el doble", de "Borges y yo" se multiplica cuando AFM se hace eco y dice "Borges y yo" (Borges y AFM), y siente respecto a Borges la fascinación especular que sentía el propio Borges respecto a sí mismo).

Borges y Fernández Mallo

No encuentro en la arquitectura un ejemplo tan brillante de superposición, de reelaboración, de recarga de contenidos y significados, de fisiones semánticas y explosiones varias, como lo veo en esta reconstrucción-desconstrucción del libro de Borges.



Un ejemplo brillante: En el texto "Mutaciones" Borges toma tres objetos que, como elementos simbólicos, cambian misteriosamente de función y de significado. AFM, siguiendo la estela, relata tres aventuras a la búsqueda de monumentos anodinos, pero que en la relectura simbólica se convierten en elementos vitales.
La última de estas tres búsquedas consiste en reconstruir el recorrido de un equipo que rodó un documental para reconstruir el rodaje de la película La Aventura. Fernández Mallo no se va a la isla Lisca Bianca para recorrer y reconstruir los pasos de los personajes de la película inicial, sino para reconstruir los pasos del equipo del documental que reconstruía a su vez los pasos de los de la película.
Esta capa superpuesta, este añadido de significante, este redundar en lo redundante, dota al experimento de una dimensión estupidizante que al mismo tiempo reflexiona sobre la realidad de la realidad y sobre la mentira de la mentira (y también sobre la realidad de la mentira y sobre la mentira de la realidad, naturalmente).
Por supuesto que, igual que ocurría con Borges, todo este lucidísimo experimento vive del humor y para el humor. ¿Qué es el humor? ¿Qué es el chiste? Sencillamente, el choque de dos códigos diferentes en un mismo mensaje. El mensaje, el ensayo, la obra, vive en un plano de la realidad, y en un momento dado, voluntaria o involuntariamente, se estrella contra otro plano distinto. Ese es el chiste: el descubrimiento súbito de que lo que habíamos entendido de cierta forma se resuelve en otra distinta, con un código y un significado diferentes.
Esto vale desde la más compleja relectura borgiana hasta la más tonta de entender el "poema de los dones" como el "poema de las onomatopeyas don" y cantar el "din don toma lacasitos". Una parida, sí. Una auténtica chorrada, pero que encaja.
Y así todo.

(La antipática viuda del héroe no lo entendió así, sino que, sin haber leído siquiera el libro, mandó a su jauría de abogados a que lo anularan. Y así lo hicieron, dándole con ello un valor añadido a su lectura: el de mérito ético, y un placer aún mayor: el de leer un libro prohibido.
No sé si Borges y Fernández Mallo serían muy beatlistas. El caso es que de nuevo una japonesa (¡ay!) ha vuelto a romper otra pareja creativa. Tal vez no sea muy creíble la pareja Borgennon-Fernartney, pero lo que sí está claro es que "la culpa de este drama / la tiene la Kodama").

No sé establecer un decálogo postmoderno ni una guía interpretativa de la postmodernidad apoyándome en este libro, pero de lo que estoy seguro es de que es puro post y de que es canónico. Es decir, que los juegos que presenta este libro sirven para establecer la esencia de lo postmoderno. Quizá, mejor dicho, Borges es más propiamente postmoderno en su libro inicial, y Fernandez Mallo es post-post, o after-post, o after-pop, o post-poeta. O lo que sea. Podemos repartir etiquetas e irlas pegando en las páginas del libro.
Y además, lo que veo clarísimo es que este libro es un estupendo motivo de reflexión para los arquitectos sobre lo que puede hacerse, por ejemplo, en restauración y rehabilitación de manera que la actuación tenga validez cultural, artística y programática: Cómo se han de tomar las preexistencias y cómo se les puede dar una nueva vida y una nueva lectura.

Después de leer este libro creo que no estaría mal que algún congreso sobre restauración y rehabilitación arquitectónicas, o sobre nuevos usos en los cascos históricos de las ciudades, o sobre nuevo urbanismo, invitara a Fernández Mallo a dar alguna conferencia. Al menos yo le entendería mucho mejor que a muchos brillantes compañeros, aprendería mucho más, y seguramente me reiría bastante.

(*).- Nota. Sobre el palimpsesto. El pergamino, hecho con finísima y delicadísima piel de cordero, ternero o cabrito, fue siempre carísimo y muy difícil de obtener con alta calidad. Así que cuando llegaba a una biblioteca conventual un ejemplar mejor ilustrado e iluminado o más completo que el que se tenía guardado, éste se sacaba del arcón y se raspaba y se lavaba meticulosamente para dejar las páginas limpias y dispuestas para volver a ser escritas; esta vez con una nueva obra.
En estos códices se lee con claridad la obra más nueva, pero bajo ella se puede apreciar, con esfuerzo y atención, el texto anterior.
Esto mismo ocurre con las monedas reacuñadas, traídas de otros países o de otras épocas, cuyos motivos no tenían ya valor ni reconocimiento, pero cuyo cospel (disco metálico) sí valía.

Sestercio de imitación bárbara, que imita un sestercio de Póstumo y además
está acuñado sobre un viejo sestercio (auténtico) de Faustina.
(Estas y otras curiosidades las podéis ver en tesorillo.com, la Biblia de las webs
sobre numismática antigua. Interesantísima, aunque creáis que la numismática
no os interesa nada. Esta web os sacará de vuestro error).

Borges fue un amante de los palimpsestos, y Fernández Mallo se muestra como un gran alumno del maestro argentino. A tanto llegaba su amor por ellos que se los inventaba. Inventaba la preexistencia de una obra literaria para tener la excusa perfecta para escribir sobre ella. Fernández Mallo lo hace también. Siguiendo nuestro ejemplo de la rehabilitación arquitectónica, la operación consistiría en hacer una remodelación de nueva planta, construyendo primero unas ruinas y luego restaurándolas. La profundidad cultural y programática de esta propuesta me excita considerablemente.


(Si te ha interesado esta entrada, aparte de leerte los dos Hacedores estaría bien que clicaras el botón g+1 que ves aquí debajo. Muchas gracias).

4 comentarios:

  1. ¿Palimpsestos? Je, je...
    Solo mi amigo José Ramón es capaz de enseñarnos arquitectura mencionando El Hacedor de Borges, los palimpsestos y un sestercio de Tesorillo.com (entre otras cosas), en unas pocas líneas.
    Mil gracias J. R.

    ResponderEliminar
  2. José Ramón, disculpa el cambio de tema, pero el otro día estuve viendo la ópera “Los cuentos de Hoffman” en el Teatro Real, y agradecería infinito si alguien me pudiera ilustrar sobre la escenografía, y aclararme si debe de ser clasificada dentro del postmodernismo, del postpostmodernismo, o de la posttomaduradepeloprofesional. Es que uno es bastante analfabeto y no da para tanto. Eso sí, la música la disfruté como un enano, sobre todo a partir de que decidiera desentenderme del libreto porque no abarcaba a leer la traducción a la vez de intentar entender siquiera algo de la escenografía.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues no te sé decir, Wallace. No lo he visto. En todo caso, me has picado la curiosidad y he dado con este artículo, que creo que te da la razón.
      https://www.codalario.com/los-cuentos-de-hoffmann/criticas/critica-los-cuentos-de-hoffmann-en-el-teatro-real-de-madrid_2005_5_4538_0_1_in.html
      (El espíritu postmoderno sirve muy bien para que una obra fallida, o sencillamente mala, pueda leerse en otro plano y en otro nivel como provocadora, epatante, intencionada, etc).

      Eliminar
    2. Muchas gracias, José Ramón. Siempre he pensado que el arte es comunicación bella. Si no comunica, se queda en diseño, y si no es bella, se queda en lenguaje.

      Y si se pretende comunicar y no se consigue con el común de los mortales, debería adjuntarse un manual de instrucciones de interpretación, o bien, hacer un examen de admisión como espectador, para ver si se es lo suficientemente “listo y culto” como para rastrear el cerebro del autor.

      En el caso que nos ocupa, me quedo con la música de la obra, y con frase del artículo que has enlazado: “en el fondo de tanta pretenciosidad, sólo queda vacuidad, escasez y poca claridad de ideas, confusión y, sobretodo, aburrimiento”.

      Eliminar