miércoles, 25 de junio de 2014

La moto de Molezún

Dedicado a los tuiteros @dgllana, @ELBahut,
@Arq_VLC y @anquela88 por su ayuda.

He estado en la exposición sobre Fotografía y arquitectura moderna en España, 1925-1965 de la Fundación ICO de Madrid y he sentido un montón de sensaciones encontradas.
(Es que soy escritor, y los escritores decimos eso de "sensaciones encontradas", y más cosas).
Varias ideas confusas: Lo viejuna que se está quedando la arquitectura moderna, lo emocionantes que son estas obras tan pobres, lo heroico que fue concebirlas y construirlas, lo estupendas que son, lo que se contradicen muchas de ellas, la falsa imagen de país moderno que quieren proclamar patéticamente, etcétera.
Y, dentro de todo esto que, como de costumbre, me supera, me quedo con una maravilla entre tantas maravillas: Me quedo con la moto de Molezún.

Lambretta C125. Fabricada entre febrero de 1950 y noviembre de 1951. 87.500 unidades.
125 cc. Peso: 70 Kg. Velocidad máxima: 60-70 Km/h. Consumo: 2 l/100 Km.

El genial y disparatado arquitecto se montó en una Lambretta y se recorrió Europa. Hace falta valor.
Hoy todo eso es muy fácil. El mundo es muy pequeño y lo tenemos todo a mano. Pero entonces, pocos años después de haber terminado la Segunda Guerra Mundial, un súbdito de un país aislado, sometido a una dictadura filofascista (anterior aún a la visita de Eisenhower y a la consiguiente apertura timidísima al mundo), lo tenía realmente muy difícil para salir por ahí de paseo. (Pasaporte, visados, permisos, cartas de buena conducta y de recomendación, certificados de penales...). La cosa era verdaderamente chunga.
Para colmo, un arquitecto joven y prometedor no dejaba de ser un ciudadano ejemplar... si viajaba en avión, vestía adecuadamente y dormía en buenos hoteles. Eso era parte del status de arquitecto en aquella época.
Pero qué va. Ramón (no Don Ramón, que sería lo suyo) no sólo viajaba en su motocicleta, sino que la llevaba abarrotada de fardos, hatos, rollos de ropa, tienda de campaña, mochilas, cantimploras. No daba la imagen de un digno arquitecto español viajando por estudio.

Dinamarca. Fotografía de Ramón Vázquez Molezún.
(En todas sus fotos sale la moto, llena de cachivaches)

No nos hacemos idea de lo que era España por entonces. Un país cerrado, sin apenas libros ni revistas del extranjero, sin información, sin medios de comunicación. Un arquitecto que quisiera saber algo de lo que se estaba haciendo por el mundo tenía que salir y verlo con sus propios ojos. Pero mientras tanto por aquí estaban intentando inventar un "estilo español", algo muy ambiguo y muy kitsch, y que de alguna forma admitía una cierta modernidad en la arquitectura siempre que entroncara con una tradición de "lo español". ¿Dónde estaba esa tradición? ¿Cómo acuñarla?
Afortunadamente, la penuria hispana de posguerra había sido muy condescendiente con la falta de ornamento en la arquitectura y con una funcionalidad casi perentoria. Por ese lado no íbamos mal.
Pero por otra parte, ser arquitecto tenía mucho prestigio por aquella época, y si uno coqueteaba o transigía con el régimen tenía todas las papeletas para elegir una mullida poltrona sobre la que vegetar muy cómodamente.
Había que ser un tipo raro (y un culo de muy mal asiento) para complicarse la vida y buscarse incomodidades y líos.
La curiosidad de los más talentosos era, por eso mismo, irrefrenable. (Todos los grandes arquitectos de la época viajaron todo lo que pudieron). La oportunidad de construir mucho, de dar una nueva imagen a todo un país, llevaba aparejada la preocupación de cómo hacerlo, y el único aprendizaje consistía en viajar. Y si se viajaba muy despacio y con los ojos muy abiertos, mucho mejor.

La moto de Molezún por Europa.
Me ha pasado la foto mi compañero de twitter
Arquitecto cabreao, @Arq_VLC. 

La moto de Molezún sabía ya más que cualquier director general. La moto de Molezún respiraba arquitectura hasta por el dibujo de sus neumáticos y por su manillar.

La moto de Molezún en Soonkooging, Suecia,
detalle de la ilustración anterior, perteneciente a
"Los viajes des-velados de Ramón Vázquez Molezún",
de Marta García Alonso, que he conocido gracias a
David García-Asenjo Llana (@dgllana)

En las tiras de positivos de contacto de Molezún vemos las grandes obras clásicas europeas, pero también las medievales y, sobre todo, las modernas.
Y, por encima de todo, su moto. Su magnífica Lambretta C125 de 1950.
Si vemos el cuadro de la moto, su manillar, su asiento y su soporte para la rueda de repuesto no nos extraña nada que de ese mundo de maravillas elementales salieran los paraguas de Bruselas, y que el motero loco, de los hatos enrollados sobre su moto desenrollara tanta arquitectura y tanta sabiduría. Loor a Molezún. Loor a su moto.

Molezún y la Lambretta C125 en Roma.
(Gracias de nuevo a Arquitecto cabreao, @Arq_VLC)

Ilustración de Manuel Suárez Molezún para el artículo de Mogamo (Molezún-Gabino-Molezún)
"Viaje de Estudios a Dinamarca". Tomado del citado artículo de Marta García Alonso. 

Los viajes son siempre externos (al mundo) e internos (a uno mismo). Y en aquella época más. Por encima del conocimiento de la arquitectura, la moto de Molezún fue una fuente y una herramienta de conocimiento de sociedades, de países, de civilizaciones, de costumbres, de vida, de gente. Por eso, el arquitecto Molezún, y sobre todo la persona Molezún, lo fueron en gran parte por la Lambretta.

(Si te ha gustado esta entrada, o eres motero, o lo que sea, clica el botón g+1 que verás aquí debajo. Muchas gracias).

jueves, 19 de junio de 2014

El infierno de papeles

El otro día me mandaron una circular en la que venía, entre otros anuncios y avisos, una convocatoria de plazas de personal docente e investigador de universidad. La miré y me gustó un puesto de profesor asociado en una escuela de arquitectura. Por un momento me invadió la nostalgia (fui profesor asociado durante un curso, hace ya veinticinco años) y barajé la idea de presentarme. ¿Por qué no?
Vi la dedicación que requería el puesto, miré su retribución (tan escasa que no me dio pudor soñar con recibirla) y algunas otras condiciones y, ¡qué narices!, ¡el no ya lo tengo!, ¡vamos con ello!
Sólo había un pequeño problema: Había que rellenar una instancia-currículum multipaginada y adjuntar alguna documentación. ¡Horror!
Soy un inútil para la burocracia. Su sola proximidad hace que me brote urticaria, ampollas, rojeces e irritaciones varias por todo mi cuerpo, y me llena de picores y escoceduras.
He de confesar -por no salir del estricto ámbito de la enseñanza universitaria de la arquitectura- que de los seis cursos que tenía la carrera que yo hice en Madrid, ningún año conseguí matricularme correctamente a la primera. Ninguno. (Y eso que soy inteligente para otras cosas). Cuando no me había equivocado con el código del centro había cumplimentado mal la hoja de pago, o no llevaba el resguardo adecuado, o me había matriculado de asignaturas que ya había aprobado, o en vez del código postal de mi casa había puesto el del subgrupo pedagógico... subcutáneo (por decir algo). Un desastre.
Me tiré un día entero para reunir toda la (escasísima) documentación que podía aportar como prueba de mi éxito vital. (Qué amarga sensación de nostalgia. A mis veinticinco años terminé la carrera con un nivel interesante. Publiqué alguna cosa, hice el doctorado, etc. A los treinta tenía un cierto atisbo de que podría llegar a algo. Y ahí se quedó todo. De joven prometedor pasé a vieja gloria sin estadios intermedios. Ahora, a mis cincuenta y cuatro años, vuelvo a abrir una antigua carpeta donde hay papeles amarillos que demuestran que hace veinticinco años hice cosas atractivas y excitantes, tampoco muchas, que parecía que iban a ser las primeras de una larga serie que quedó abortada).
Con esa amarga sensación cumplimenté la instancia polipaginada, repasé mil veces la convocatoria (seguro que llevo algo mal) y llamé por teléfono a la universidad para despejar un par de resquemores.

Y ahí empieza ese mundo kafkiano que existe latente, normalmente apartado del nuestro cotidiano, pero con el que nos hemos de cruzar de vez en cuando. (Afortunadamente, en mi caso, muy pocas veces).
A Astérix y Obélix no les tumbaron veloces corredores, lanzadores de jabalina, judokas, sensuales mujeres, ojos hipnotizadores, cocodrilos, fantasmas..., pero estuvo a punto de tumbarles un inofensivo trámite burocrático. Así os podéis hacer idea de lo que es ese infierno de absurdos y despropósitos.

Fotogramas de la película Las doce pruebas de Astérix

Llamé para que me dijeran sólo dos cosas. La primera era si, como el rectorado está fuera de mi provincia, podía presentar todo esto en el vicerrectorado de aquí (que lo hay). La segunda era que según mis cuentas (contando con los dedos varias veces), el último día posible para presentarlo era el jueves 19 de junio, Corpus Christy, que es festivo en esta comunidad autónoma, y si por lo tanto podría hacerlo el viernes 20.
(Esa es otra: Dan diez días naturales y uno se entera de la convocatoria cuando ya han pasado cinco. Estas cosas siempre son así).
No obtuve respuesta a ninguna de las dos preguntas. Y fue porque había llamado al Vicerrectorado de Relaciones Internacionales y no tenían ni idea de lo que les estaba contando. Les dije que lo sentía mucho, pero que había llamado al teléfono que venía en internet. Me dijeron que ya lo sabían, que estaba mal y que recibían llamadas para todo tipo de cuestiones. Muy amable, la señorita que me atendió (y que imagino que estaba harta de desubicados despistados) me dijo que si le decía el departamento, sección o lo que fuera convocante me indicaría el teléfono al que llamar. Le contesté que el convocante era el rectorado... o sea... esto... ¿cómo que la sección convocante? Pues la universidad. O sea... quiicil... vamos, que no lo sabía, y que ya si eso pues eso.
No hizo falta: Llamé al rectorado directamente (según la web era prácticamente el teléfono personal del excelentísimo y preclaro señor rector) y me contestaron las dos preguntas: A la primera que sí, que podía ir al vicerrectorado de mi provincia, y a la segunda que no lo sabían, pero que lo normal era dar un día más cuando la fecha en cuestión caía en festivo.
Por si acaso me fui a la capital de mi provincia el miércoles 18, un día antes del Corpus. No fuera a ser que el viernes 20 ya fuera tarde.

Como de costumbre, dejé el coche en las afueras, en un punto en el que se puede aparcar bien y no es zona de aparcamiento restringido ni de consiguiente multa, y me dispuse a hacer una larga caminata cuesta arriba (decir cuesta arriba es poco) bajo el calor aplastante (decir calor aplastante es poco) hasta el centro histórico (decir centro histórico es poco).
Y, encima, con mis títulos enmarcados porque me tenían que compulsar las fotocopias.
(Una pequeña mochila en bandolera y una bolsa fuerte, grande, de plástico, con los títulos. Y un calor enorme, y un sudor enorme).

martes, 17 de junio de 2014

El sábado 21 quedamos con el Corbu y con Buzz Lightyear

El día uno de junio os conté que hacían una exposición sobre Le Corbusier en el Caixa-Forum de Madrid, y que podríamos quedar para verla juntos.


Aquí me contestasteis tres, y en facebook algunos más. Allí me propusieron fecha y hoy la hemos confirmado, y se han sumado más.
Así que abro esta nueva entrada para convocaros a todos los que queráis.
El domingo 22 de junio termina la exposición de Pixar, así que hemos quedado el sábado 21 para verla también.


Las exposiciones hay que verlas de dos en dos. Eso sirve para rebajar las burbujas, comparar, relativizar y sacudirse un poco las telarañas.

Ante la petición de "charla" que hicieron algunos, repito que no soy profesor, pero confieso que soy un bocazas impenitente, como pueden confirmar los vigilantes de la sala, que ya me mandaron callar en exposiciones anteriores. (Y no digamos si además nos da por mirar los rodapiés de la escalera central. Ahí ya nos da la risa y vienen los de seguridad). Estoy muy excitado, porque creo que va a venir un compañero a quien no le gusta el Corbu. Fantástico. Ojalá pueda venir.

Bueno, pues quedamos el sábado 21 (este sábado que viene) a las 11 de la mañana (es buena hora, ¿no? Abren a las 10, pero...) en la placita de acceso al Caixa Forum.
¿Cómo nos conoceremos? Bueno, no sé. Nos conoceremos.

Hay gente que quería venir desde Bilbao, desde Granada, desde Valladolid..., y no sabían cuándo podrían. No problem. Yo vivo muy cerca de Madrid y estoy disponible casi siempre. En principio todos los sábados lo estoy. Buscad cuándo podéis (hasta el 12 de octubre) y quedamos.
Lo malo va a ser que os vais a perder la visita multitudinaria de grupo de este sábado (más de cuatro personas, aventuro), pero me lo decís y buscamos una fecha.
Yo estoy dispuesto a ver la exposición varias veces. Además soy cliente de La Caixa y me sale gratis.

(Porque, lamentablemente, este centro, que era gratuito hasta hace nada, ahora sólo lo es para los clientes. Quien no lo sea tendrá que pagar 4 euros, que valen para las dos exposiciones).

Por favor, no os privéis de hacer comentarios y dar sugerencias.

domingo, 15 de junio de 2014

Un arte que se pueda fumar

Claes Oldenburg es un escultor sueco que podemos adscribir al Pop Art y que hace cosas que no me entusiasman. Si fuera por su obra escultórica no lo traería a este blog. (Lo siento).


Pero acabo de descubrir un manifiesto suyo de 1961 (soy así de lento; mi incultura es bastísima) titulado I am for an art (Estoy por un arte, Soy partidario de un arte, Me gusta un arte, etc) que me ha llamado mucho la atención y que creo que complementa de alguna forma, y desde otro punto de vista, parte de lo que escribí el otro día sobre lo que entiendo por el supuesto arte de la arquitectura.
Comparto gran parte de este manifiesto. Muchas de sus frases no las entiendo, y otras me parecen meramente literarias (en el peor sentido de la palabra). Pero en definitiva habla de un arte real, de un arte útil, de un arte comercial, funcional, ante el que uno no babea ni se desmaya como el melifluo escritor francés del síndrome. Un arte que hace algo más que plantar su culo en un museo. Un arte que sirve para algo, que se puede fumar y que ayuda a las ancianas a cruzar la calle. No lo suscribo línea por línea. Ni siquiera lo entiendo línea por línea. Pero en su conjunto, y de una manera un tanto ambigua y vaga, veo que ese arte es también el que yo quiero. Un arte ante el que no hay que poner la voz en falsete, ni decir "sublime" ni "en tanto en cuanto", ni majaderías de esas.
Ya digo que, en vez de intentar interpretarlo línea por línea, lo que importa es el sabor de boca que le queda a uno, la impresión global.

Por si no lo conocíais, os lo trascribo. Como sé que muchos domináis el inglés os lo pongo al final en su versión original. Antes me permito traducirlo al español. (Mi inglés es malo, y algunas expresiones "raras" las he traducido literalmente. Muchas las he traducido sin entenderlas. Por favor, corregidme con vuestros comentarios).



ESTOY POR UN ARTE

Estoy por un arte que sea político-erótico-místico, que haga algo más que plantar su culo en un museo.
Estoy por un arte que crezca sin saber en absoluto que es un arte, un arte que tenga la oportunidad de partir de cero.
Estoy por un arte que se enrede él solo con las chorradas de cada día y con eso se ensalce.
Estoy por un arte que imite lo humano, que sea cómico si es necesario, o violento, o lo que sea si es necesario.
Estoy por un arte que tome su forma de las líneas de la vida misma, que se retuerza y se extienda y acumule y escupa y gotee, y sea pesado y burdo y abrupto y dulce y estúpido como la vida misma.
Estoy por un artista que desaparezca, y que reaparezca con una gorra blanca pintando señales o vestíbulos.
Estoy por un arte que salga por la chimenea como una cabellera negra, y que se esparza por el cielo.
Estoy por un arte que se vierta del monedero de un viejo cuando esté machacado por un parachoques.
Estoy por un arte fuera de la boca de un perrito, cayendo cinco historias del tejado.
Estoy por un arte que un niño lama, después de quitarle la envoltura.
Estoy por un arte que traquetee como las rodillas de todo el mundo cuando el autobús atraviese una excavación.
Estoy por un arte que se fume, como un cigarrillo, y que huela, como un par de zapatos.
Estoy por un arte que ondee como una bandera o que ayude a sonarse la nariz, como un pañuelo.
Estoy por un arte que se ponga y se quite, como los pantalones, con agujeros, como los calcetines, que se coma, como un trozo de pastel, o que se abandone con gran desprecio, como un trozo de mierda.
Estoy por un arte cubierto de vendas. Estoy por un arte que cojee y ruede y corra y salte. Estoy por un arte que venga en una lata o que se lave en la orilla.
Estoy por un arte que se enrolle y gruña como un luchador. Estoy por un arte que mude el pelo.
Estoy por un arte en el que te puedas sentar. Estoy por un arte con el que puedas hurgarte la nariz o frotarte los dedos de los pies.
Estoy por un arte del bolsillo, de los profundos canales del oído, del filo de un cuchillo, de las comisuras de la boca, de las legañas o que se lleve en la muñeca.
Estoy por el arte debajo de las faldas y por el arte de aplastar cucarachas.
Estoy por el arte de la conversación entre la acera y el bastón metálico de un ciego.
Estoy por el arte que crezca en una olla, que baje de los cielos por la noche, como un relámpago, que se esconda en las nubes y los gruñidos. Estoy por el arte que se encienda y apague con un interruptor.
Estoy por el arte que se despliegue como un mapa, que puedas estrujar, como a los brazos de tu amor, o besar, como a un perrito. Que se expanda y se contraiga como un acordeón, sobre el que puedas derramar tu comida, como un viejo mantel.
Estoy por un arte con el que puedas martillar, suturar, coser, pegar, archivar.
Estoy por un arte que te diga la hora del día y dónde está tal o cual calle.
Estoy por un arte que ayude a las ancianas a cruzar la calle.
Estoy por el arte de la lavadora. Estoy por el arte de un cheque del gobierno. Estoy por el arte del impermeable de las últimas guerras.
Estoy por el arte que asciende entre el vaho de las alcantarillas en invierno. Estoy por el arte que se quiebra cuando pisas un charco helado. Estoy por el arte de los gusanos dentro de la manzana. Estoy por el arte del sudor que se forma entre las piernas cruzadas.
Estoy por el arte del pelo en el cuello y de las tazas de té con tarta, por el arte entre los estaños de los tenedores de restaurante, por el olor del agua hirviendo para lavar los platos.
Estoy por el arte de navegar el domingo, y por el arte de la bomba roja y blanca de gasolina.
Estoy por el arte de las brillantes columnas azules de las fábricas y los signos parpadeantes de las galletas.
Estoy por el arte del yeso barato y del esmalte. Estoy por el arte del mármol desgastado y de la pizarra quebrada. Estoy por el arte de los cantos rodados y la arena movediza. Estoy por el arte de la escoria y el negro carbón. Estoy por el arte de los pájaros muertos.
Estoy por el arte de los arañazos en el asfalto, los pintarrajos en las paredes. Estoy por el arte de doblar y golpear metales y romper cristales, y tirar de las cosas hasta hacerlas caer.
Estoy por el arte de las rodillas golpeadas y despellejadas y de estar loco. Estoy por el arte de los olores infantiles. Estoy por el arte del murmullo de mamá.
Estoy por el arte del murmullo del bar, de usar palillos de dientes, de beber cervezas, de echar sal a los huevos, de insultar. Estoy por el arte de caerse de un taburete de bar.
Estoy por el arte de la ropa interior y el arte de los taxis. Estoy por el arte de los helados de cucurucho caídos en el hormigón. Estoy por el majestuoso arte de las cacas de perro alzándose como catedrales.
Estoy por las artes parpadeantes, alumbrando la noche. Estoy por el arte que cae, salpica, se menea, salta, entra y sale.
Estoy por el arte de los gruesos neumáticos del camión y de los ojos negros.
Estoy por el arte-Kool, el arte-7Up, el arte-Pepsi, el arte Sunshine, el arte de 39 centavos, el arte de 15 centavos, el arte Vatronol, el arte de la bomba-Dro, el arte Vam, el arte Menthol, el arte L& el arte M, el arte Ex-lax, el arte Venida, el arte Heaven Hill, el arte Pamryl, el arte San-o-med, el arte Rx, el arte 9,99, el arte Ahora, el arte Nuevo, el arte Cómo, el arte de Liquidación por Incendio, el arte de Última Oportunidad, el arte Sólo, el arte Diamante, el arte de Mañana, el arte Franks, el arte Ducks, el arte Meat-o-rama.
Estoy por el arte del pan mojado por la lluvia. Estoy por el baile de las ratas entre los pisos.
Estoy por el arte de las moscas que caminan por una pera pulida en la luz eléctrica.
Estoy por el arte de las cebollas esponjosas y de los vástagos de un verde intenso. Estoy por el arte de los chasquidos entre las nueces cuando las cucarachas van y vienen. Estoy por el triste arte marrón de las manzanas podridas.
Estoy por el arte de los maullidos y los ruidos de los gatos y por el arte de sus mudos ojos eléctricos.
Estoy por el arte de los frigoríficos y de sus musculares aperturas y cierres.
Estoy por el arte de la corrosión y del moho. Estoy por el arte de los corazones, corazones funerales o corazones de novios, llenos de turrón. Estoy por el arte de los desgastados ganchos de carnicero y de los barriles cantados de carne roja, blanca, azul y amarilla.
Estoy por el arte de las cosas perdidas o tiradas al volver a casa de la escuela. Estoy por el arte de los árboles de mentira y de las vacas voladoras y el ruido de rectángulos y cuadrados. Estoy por el arte de los lápices de colores y del débil gris del lápiz-plomo, y la capa granulosa y pegajosa de la pintura al óleo, y el arte de los limpiaparabrisas, y el arte del dedo en una ventana fría, en el acero polvoriento o en las pompas de los bordes de la bañera.
Estoy por el arte de los osos de peluche, de las pistolas y de los conejos decapitados, de los paraguas reventados, de las camas violadas, sillas con sus huesos marrones rotos, árboles ardiendo, mechas de petardos, huesos de pollo, huesos de paloma y cajas con hombres durmiendo en ellas.
Estoy por el arte de las flores fúnebres ligeramente podridas, los conejos cubiertos de sangre y los pollos amarillos llenos de arrugas, los bombos bajos y los tambores, y los fonógrafos de plástico.
Estoy por el arte de las cajas abandonadas, liadas como faraones. Estoy por un arte de depósitos de agua y nubes veloces y sombras agitadas.
Estoy por el Arte Inspeccionado por el Gobierno de EE.UU., el arte Grado A, el arte a Precio Tasado, el arte Amarillo Maduro, el arte Extra Imaginativo, el arte Listo Para Comer, el arte Mejor Menos, el arte Listo Para Cocinar, el arte Completamente Limpio, el arte Gastar Menos, el arte Comer Mejor, el arte Sobreactuado, el arte cerdo, el arte pollo, el arte tomate, el arte banana, el arte manzana, el arte pavo, el arte pastel, el arte galleta.

Addenda:
Estoy por un arte que cae por el desfiladero, que se cuelga de cada oreja, que se acuesta en los labios y bajo los ojos, que se afeita las piernas, que se cepilla los dientes, que se fija a los muslos, que resbala en el suelo.

Un cuadrado que se convierte en una mancha amorfa.


viernes, 13 de junio de 2014

Yo he venido a hablar de mi libro

¡Por fin tenemos Necrotectónicas en las manos!
En este enlace (clicando aquí) podéis ver la reseña de la editorial -Ediciones Asimétricas-, e incluso podéis comprar el libro. (Nota.- Si lo compráis en este enlace, directamente de la editorial, os lo mandarán a casa -dentro de España- sin cobraros gastos de envío).


Es un libro que os va a encantar. Es uno de los mejores libros de las últimas décadas. No es que lo diga yo, es que lo han dicho los mejores escritores y críticos de la Guayana Holandesa y de Alto Volta. Y si lo han dicho ellos no seré yo quien les contradiga.
(Los de la Guayana Holandesa y Alto Volta son muy fácilmente sobornables).

Es una colección de veinitrés relatos sobre las muertes de veintitrés arquitectos ilustres:

1.- Caín
2.- Dédalo
3.- Hiram-Abib
4.- Apolodoro de Damasco
5.- Michelangelo Buonarroti
6.- Sinan Ibn Adülmennan
7.- Francesco Borromini
8.- Claude-Nicolas Ledoux
9.- Frederick Law Olmsted
10.- Antonio Sant'Elia
11.- Louis Henri Sullivan
12.- Antoni Gaudí i Cornet
13.- Charles Rennie Mackintosh
14.- José Manuel Aizpúrua y Azqueta
15.- Josep Torres Clavé
16.- Giuseppe Terragni
17.- Lilly Reich
18.- Ivan Ilich Leonidov
19.- Le Corbusier
20.- Louis I. Kahn
21.- Carlo Scarpa
22.- Albert Speer
23.- Enric Miralles

Además de una declaración de amor hacia la arquitectura y los arquitectos, este libro es un juego literario, un collage: Cada uno de los relatos está escrito con un estilo diferente, imitando alguna obra literaria importante.

Por ejemplo: Cuento la muerte de Hiram-Abib imitando el Adiós, muñeca de Raymond Chandler, la de Sinan como La casa de Asterión de Borges, la de Ledoux como Historia de dos ciudades de Dickens, la de Mackintosh como "Los muertos" del Dublineses de Joyce, la de Aizpúrua como el San Camilo, 1936 de Cela, la de Terragni (hay que tener valor) es un canto completo, en tercetos endecasílabos encadenados, de La Divina Comedia de Dante, la de Le Corbusier como La Odisea de Homero, la de Kahn como la Muerte de un viajante de Arthur Miller, la de Speer como El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad (¡El horror!, ¡el horror!), y así todo.
Incluso tomo párrafos enteros de las obras citadas, que cambiados de contexto, o si acaso ligeramente retocados, cuentan la muerte de cada arquitecto.
Vamos, un juego postmoderno de palimpsesto (de nuevo el palimpsesto) que os invito a jugar. Os invito a localizar frases, párrafos completos, y cotejarlos para ver cómo funcionan literariamente en diferente situación y distinta compañía.

El libro estaba adormilado en un cajón cuando mi hermana Gema lo rescató y se puso a ilustrarlo. Le había hecho gracia lo de que cada relato tuviera un estilo literario, así que ella también ilustró cada muerte con un estilo diferente. Y ya el poliedro palimpséstico se duplicó o triplicó. Un follón.
Por ejemplo, la muerte de Le Corbusier está escrita según La Odisea, pero está ilustrada según Picasso. Y también tenemos un fotograma de cine negro, un Paul Klee, un Francis Bacon, un Dalí, un tebeo, otro tebeo, unos patitos (¿o son ocas?) de Beatrix Potter, un grito de Munch, etcétera.

A mí me parecen unas ilustraciones magníficas, y potencian y desarrollan extraordinariamente lo que eran los puros relatos desnudos.

Tomaoslo como un juego. Creo que funciona a diferentes niveles, pero no me quiero poner exquisito. En un primer nivel, que es el que cuenta, los relatos son bastante amenos. (Al menos eso es lo que dicen los más prestigiosos críticos de la Guayana Holandesa y de Alto Volta).

Tiene una ventaja adicional: Si sois muy lectores, unos verdaderos ratones de biblioteca, apreciaréis estos juegos, estas citas y estas referencias. Pero si no lo sois podréis obtener una muy amplia culturilla literaria en apenas 168 páginas. ("¿Has leído a James Joyce?" "Por supuesto, y a Homero, y a Sófocles" "Jolines, qué tío").

Vamos, que necesitáis comprar este libro. (Y ya si eso lo leéis también).

lunes, 9 de junio de 2014

Arquitectura y colostomía

El otro día, hablando de lo de siempre, de si la arquitectura es un arte, de si patatín, de si patatán, pensé por enésima vez en el daño que se ha hecho a la arquitectura tomándola por arte. O, mejor dicho, por una de las "bellas artes".
Arte es. Claro que sí. Pero no un arte sublime, bella, meliflua, bonita, espiritual, etecé, etecé, etecé. Esto le ha hecho mucho daño, y ha sido y sigue siendo la principal causa de que haya tan mala arquitectura por todas partes.
Toda la vida se ha hablado del arte de la medicina, del arte del derecho, del arte de la guerra o del arte de amar. En ese sentido sí hay que hablar del arte de la arquitectura, y del de la ingeniería. En el sentido de "cosa hecha por el ser humano" y "cosa hecha con habilidad". Arti-ficio, arti-ficial, arte-facto. Se trata de la magnífica arte de hacer un martillo, un teléfono o una colostomía.


Para empezar, si la gente se planteara los edificios y las intervenciones urbanas como se plantean las intervenciones en el colon, todos seríamos mucho más responsables respecto a la arquitectura, al tejido urbano, a su economía y a su funcionalidad, y los entornos en los que vivimos serían mucho más orgánicos, agradables, limpios y placenteros. (Y también más hermosos, precisamente porque nadie se plantearía su supuesta hermosura como condición).
Un cirujano no cose por estética, pero si hace un buen trabajo dejará una cicatriz limpia y "bella".
La absurda idiotez de que los edificios tienen que ser "bellos" y el absurdo cacao mental que tenemos todos con lo que es "bello" y lo que no lo es hacen que la casi totalidad de los edificios que nos rodean sean un insulto a nuestra inteligencia y, por lo tanto, a nuestra sensibilidad.

-La operación ha sido un éxito. Le hemos extraído el tramo de colon afectado y le hemos rematado con una sutura con hilo rojo intenso, haciendo un gracioso zigzag sobre su vientre que realza el relieve de su ombligo.
-¿Pero harán biopsia de lo que me han quitado?
-Casi que no. Como nos ha quedado una cicatriz tan bonita... Aunque si quiere se la hacemos.
-No, no. ¿Para qué? Si no luce nada.
-Lo que sí vamos a hacerle es implantarle un segundo ombligo de PVC, que hace muy gracioso.
-Ah, sí. Muy bien.

No es broma. Así se toman muchas decisiones arquitectónicas. Así en muchos aleros se ponen canecillos de madera, que son supuestos extremos de unas viguetas de madera que no existen, pero "hacen bonito". Así la infausta "Puerta de Europa" (ja, ja y ja) de la Plaza Castilla de Madrid consiste en dos torres chaparretas e inclinadas porque sí. Así vemos puentes supuestamente sujetos por unos supuestos tensores de acero que en realidad son mero adorno.
Y así cualquier arquitecto mediano (como yo), aceptable profesional (como yo), capaz (como yo) de hacer unos chalés adosados agradables y cómodos, se ve sometido e impelido, al final del proceso, a "hacerlos bonitos". ¿Por qué? ¿Para qué?
Hace tiempo le hice tres casas a un cliente. Discutimos mucho con la disposición de los espacios, la forma de entrar, el acceso directo desde el salón a los dormitorios, etc. Era una parcela con una pendiente muy fuerte y con unas vistas muy buenas hacia abajo. Fue un gran cliente, que me obligó a mejorar el diseño y la funcionalidad de las viviendas.
Pero llegamos a un punto que yo consideré "punto final". Le dibujé unas perspectivas y se las enseñé muy satisfecho. Él las miró también muy satisfecho y me dijo: "Me gusta. Ha quedado muy bien. Ahora vamos con la estética".
Yo pensaba que mis diseños desnudos eran el punto final, pero para él eran el punto de partida de la segunda fase, que era la realmente importante.
Lo que ya importa menos es que para él esa segunda fase consistiese en añadir aquí y allá un arco de ladrillo, un balcón con barandilla de forja o una balaustrada de hormigón. Para los arquitectos lo que hay que añadir es un paño de acero cortén, una barandilla de barras horizontales de acero (inoxidable o pintado de blanco) o unas ventanas enrasadas a fachada, sin persianas.
Pues tan caprichoso, tan gratuito (y tan feísimo) es lo uno como lo otro. Es un debate sobre qué elementos postizos y absurdos me gustan a mí y que elementos postizos y absurdos le gustan a mi cliente.
Los elementos puestos sin ton ni son (el acero cortén puede producuir una textura muy agresiva y funciona muy mal térmicamente, las barandillas de barras horizontales son escalables por los niños, y las ventanas enrasadas a fachada sin persiana son terribles en climas calurosos) no pueden producir hermosura. Sería una hermosura falaz, criminal, contraria a la verdad y a la bondad. Algo así no puede ser hermoso. La belleza no puede ser el resultado de un crimen. (De un crimen contra la inteligencia y el buen hacer).
Y, desde luego, lo que no es hermoso ni ético es buscar la hermosura per se.
El cirujano no busca la estética ni le interesa lo más mínimo. Intentará que quede la cicatriz más pequeña y más limpia posible, pero porque eso es la señal de un buen trabajo, tiene menos riesgo de infección y es menos agresiva para el paciente. Y, por lo tanto, el resultado será hermoso.

No creo que sea tan difícil de entender.
Defiendo apasionadamente la belleza de la arquitectura (que sólo se puede dar si la arquitectura es buena), como defiendo la belleza de un teléfono móvil, de una gubia, de un carro de varas, de un pozo de alcantarillado, de una grapadora, de una botella, de un mapa, de un helicóptero o de una colostomía.

Si están bien hechos son buenos. Si son buenos son bellos. Tan bellos que incluso soportan sin demasiada merma algún "toquecito" final.

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martes, 3 de junio de 2014

El Hacedor de Borges de Fernández Mallo (Re-re-make-make)

El término "postmoderno" (o "post-moderno", o "posmoderno") surgió en el campo de la arquitectura. Tuvo un gran éxito y de ahí se extendió a todos los demás campos de la actividad humana.
En arquitectura fue fácil trazar la raya porque el concepto "moderno" estaba muy claramente adscrito a una época, a unos ideales y a un estilo. (Cuando se acuña el título de "moderno" para un movimiento o una época, inmediatamente deja de significar "lo actual", porque se va quedando más y más atrás según pasa el tiempo. De esta forma, en ciertos contextos y ante ciertas comparaciones, "moderno" acaba significando "antiguo").
Pero al final, habiendo sido el campo donde se acuñó el término, es en la arquitectura donde más difícil se me hace entender la post-modernidad. Hay otros campos, principalmente la literatura, donde la veo mucho más claramente y, sobre todo, donde la encuentro más fértil, más inteligente y más útil.
Todo lo que se hace hoy que aporte algo y comente algo sobre el mundo y la cultura, tiene que ser necesariamente post-moderno. Ser hoy moderno (como ser románico, gótico o renacentista) es adoptar una mera pose historicista e inútil.
(Un problema inesperado es que muy a menudo se ha usado y se usa "post-moderno" como "anti-moderno". No me refiero a eso).
Borges decía que era moderno, pero que eso no constituía ninguna elección suya, sino que no podía ser otra cosa. Esto era así necesariamente en su juventud ultraísta. Pero del mismo modo, con el paso del tiempo y con su actitud atenta y creativa, acabó en post-moderno. No puede ser de otra manera. Todo lo demás es refugiarse en el pasado y hacer academicismo estéril.
Hay datos y elementos postmodernos innegables en la obra de Borges: El palimpsesto(*), las referencias en capas superpuestas, los juegos de ida y retorno, el lenguaje como objeto en sí y como mensaje en sí, la pérdida del sujeto (Borges y yo), la autorreferencia, el humor, etc.
Pues bien, dando una nueva vuelta de tuerca al post-modernismo borgiano, Agustín Fernández Mallo lo pliega, lo dobla, lo desdobla, lo estira y lo reescribe, en una compleja operación, exquisitamente intelectual, que nos lo trae hasta la actualidad, salvando las varias décadas de distancia, re-tonificándolo y expandiéndolo en este mundo loco y desvariado, riquísimo, complejísimo y sutil.


Ya Borges juega continuamente con las sombras suyas y de los otros, con los rastros, con las presencias y los ecos; con los espejos y las alusiones, con los tigres y el agua de sus rayas. Fernández Mallo juega al juego de Borges y palimpsestea los palimpsestos, espejea los espejos y refiere las referencias.
El juego es sencillamente brillante. Las capas de significado se multiplican hasta no se sabe dónde. Las referencias, como los jardines, se bifurcan.
Borges habría disfrutado enormemente con este libro. (La eterna obsesión de Borges por "el otro", "el doble", de "Borges y yo" se multiplica cuando AFM se hace eco y dice "Borges y yo" (Borges y AFM), y siente respecto a Borges la fascinación especular que sentía el propio Borges respecto a sí mismo).

Borges y Fernández Mallo

No encuentro en la arquitectura un ejemplo tan brillante de superposición, de reelaboración, de recarga de contenidos y significados, de fisiones semánticas y explosiones varias, como lo veo en esta reconstrucción-desconstrucción del libro de Borges.

domingo, 1 de junio de 2014

¿Os animáis a ver al Corbu?

El Caixa Forum de Barcelona ha celebrado una exposición sobre Le Corbusier desde el 29 de enero hasta el 11 de mayo, y ahora viene a Madrid.


En el Caixa Forum de Madrid va a estar desde el 12 de junio hasta el 13 de octubre.
¡Anda que no vamos a tener tiempo de verla! ¡Y varias veces!

¿Qué os parece si la vemos juntos?

Si estáis interesados podéis escribir un comentario con vuestra fecha preferida de visita, y lo intento cuadrar.
(En buen fregado me he metido: Comentaréis unos pocos amigos incondicionales, y cada uno diréis una fecha diferente).

Os doy unos días de plazo, luego me reúno conmigo mismo y os anuncio la fecha elegida.

-Con esto vas a perder seguidores, Joserramoncito.
-Ya lo sé, Doña Etelvina. Ya lo sé.
-Entonces es que eres muy tonto.
-Sí, Doña Etelvina. Eso también lo sé.

Bueno. Que sea lo que sea.

Creo que está claro, pero prefiero remachar lo obvio. A ver: Ni voy de profesor ni lo soy. Ni doy charlas ni discursitos. Ni lecciones. Ni tengo teorías ni nada parecido. Tan sólo me apetece mucho que nos juntemos unos cuantos apasionados de la arquitectura y compartamos nuestra pasión. Lo podemos pasar bien y aprender todos de todos.

A ver qué os parece.

(Y si quedamos antes de 22 de junio también vemos la de Pixar. Dos pájaros de un tiro).

Nota.- Hasta hace poco la entrada al Caixa Forum era gratuita. Ahora, por lo que veo, es gratuita para clientes de La Caixa. Para los demás es de 4 €. Qué listos.