lunes, 10 de septiembre de 2012

Cine idiota, mundo idiota

Por fin vi Prometheus. Sí. Me lo habían advertido. Lo sabía. Pero al fin fui a verla. "Es una mera sucesión muy pretenciosa de videoclips". "Pues bueno. Al menos veremos imágenes impactantes. Total, por nueve veinte que cuesta la entrada..."
Pues sí, Prometheus es eso. Se presenta como un precedente parcial de Alien, y la comparación es inevitable.
Prometo una futura entrada en mi blog sobre el tema, porque es muy aleccionador constatar cómo se puede mejorar una obra maestra hasta convertirla en un excremento. (Iba a poner "caca", pero después de bajar 17 puestos en el ranking de blogs acabo de subir dos, y no es cosa de volver a estropearlo). Creo que podemos hacer un elemental paralelismo entre Alien/Prometheus e Ingenieros/Arquitectos, en favor de los primeros, y también a cuento de que los arquitectos deberíamos morirnos todos de una vez y sin hacer mucho ruido (que es lo que parece que se impone), porque no servimos a nadie para nada.
Iré a ello otro día, espero que pronto. Era lo que pensaba hacer ahora, pero no puedo.
No puedo hacer lo que quería porque, antes de inocularnos el pretencioso bodrio, nos han proyectado unos cuantos trailers de lo que se nos viene encima, que es como una especie de advertencia para los idiotas que aún pretendemos ir al cine de vez en cuando en vez de quedarnos en casa viendo por enésima vez nuestras amadas películas de siempre.
(¿Paramount lleva quince días poniendo los tres padrinos seguidos y tú vienes al cine? Pues toma).
De entre los trailers, uno: Abraham Lincoln, el célebre y querido presidente a quien, por cierto, gracias al cine, hemos apreciado todos los humanos, fue, antes y por encima de presidente de los Estados Unidos de América, un cazador de vampiros. Sí. ¿Cómo te quedas?
Tiene un hacha, y en unos mareantes planos picados-contrapicados (pim-pam-pim-pam) como para que Eisenstein y Hitchcock se arrepientan de haber nacido, le echa un ungüento. Al parecer ese ungüento sirve para que el hacha sea eficaz contra los vampiros. En el tráiler no queda claro.
En una sucesión de planos feroces, mareantes, terroríficos, vemos al que creíamos pacífico caballero asestar tales golpes a los vampiros que uno se pone instintivamente a favor de ellos. Pobrecillos.
Es un Lincoln joven, muy anterior al inicio de su carrera política, que uno se pregunta para qué la inició; si es que a lo mejor los del Partido Demócrata eran todos vampiros, y él se vio obligado a liderar el Partido Republicano. Y seguramente los sudistas resultaron ser zombies o algo así. Esto no lo sé, y si para saberlo tengo que ver la película me temo que nunca lo sabré. Ni me entretendré en imaginarlo: No hay nada, por imbécil que se me pudiera ocurrir, que no se viera superado por la mente enferma de esta gentuza.
Yo estaba boquiabierto viendo el tráiler. No daba crédito. Miré un momento a mi mujer, y por la cara de compasión que me puso me di cuenta de que yo la debía de tener de desesperación y angustia. Me apretó cariñosamente el brazo y me eché a llorar.
Así que cuando empezó Prometheus yo ya ni sabía lo que veía.


El cine siempre ha buscado que la gente vaya. Todos los grandes que hoy veneramos eran, antes que nada, unos llenadores de salas de cine. Esa era su única misión. Y así sigue siendo. El cine de hoy quiere ofrecer algo que no se pueda ver bien en la pantalla de un ordenador, y por eso ya no solo se hacen efectos especiales para que choquen tres naves espaciales y te tiemble hasta el píloro, sino que si aparece un señor leyendo en el salón de su casa la cámara le agobia y nos agobia con zooms, travellings, vibraciones de cámara en hombro, etc, y el montaje nos lo muestra rápidamente de frente, de lado, de espaldas, etc.: y el sonido hace uuuaasssshhhh, porque sí, porque la mierdecilla de altavoces de tu ordenador no pueden reproducir ese efecto. El mero hecho de leer tranquilamente en casa es un festival espacio-temporal que nos marea.
Además, el cine, más que nunca, es solo para adolescentes. Y parece ser que eso significa coeficiente intelectual dos coma cuatro.
¿Quién fue Abraham Lincoln? ¡Qué más da! Pregúntale tú ahora a cualquier joven (lo sabe, no lo sabe) quién fue... quien sea. Qué más da. Nadie sabe nada y a nadie le importa.

Yo solo pretendo que una película me cuente una historia. No quiero que, como Prometheus, pretenda explicarme el sentido de la vida, de la evolución, del cosmos, de la muerte, de Dios, del espacio, del tiempo, de la inmortalidad, de la inteligencia, de la ética... Sobre todo si me aburre y al final no me explica nada de eso.
Alien era otra cosa: Asesino indestructible e invencible encerrado contigo en un sitio del que no puedes escapar. Punto pelota. Cine. Puro cine, pura emoción.
Yo no soy adolescente, aunque pienso que de adolescente me tragué todo el cine clásico de Hollywood, que ponían habitualmente en la tele, y me gustaba mucho.
No es país para viejos, no es mundo para viejos. O no es mundo para quienes quieren que les cuenten algo coherente, que puede ser tan sencillo como se quiera, pero coherente. Algo que uno con una inteligencia mediana pueda entender. Algo que a uno le haga solidarizarse con algún personaje, alegrarse con él, emocionarse, entristecerse. Cine.
Uno quisiera ver, qué sé yo, pues por ejemplo a dos músicos que están en un garaje justo cuando unos mafiosos masacran a otros, y les ven, y tienen que huir, y no encuentran otro modo que en una banda de chicas, y entonces uno de ellos tiene que ceder su apartamento a cada uno de sus jefes, para que lo usen como picadero, hasta que se enamora de una de las chicas, y ella de él, pero quiere su dote y el hermano no se la da, y al final hay una pelea homérica en la que apuestan hasta los curas (católicos y protestantes), y el tipo acaba de senador porque mató al matón de la comarca, pero en realidad no fue él, sino que fue el gran héroe que se sacrifica en secreto por su amada y porque comprende que los viejos tiempos se terminan, y entonces grita ¡quiero vivir! ¡quiero vivir! ¡Clarence, quiero vivir! y el torpe ángel de la guarda se gana sus alas, y el héroe acaba en Alaska en plena fiebre del oro, tan desesperado que se come una bota, pero rebaña los clavos con tanto gusto que parecen apetitosos, hasta que con unos compañeros (un admirador, un amigo, un esclavo, un sieeerrvo) decide atracar a las tres el banco en el que trabajan, pero no les sale bien, o sí, porque les acaban premiando su honradez como alcalde vuestro que soy, y el torero le pide a su vaca que no se meta en el agua, que luego se resfría, sí, ese mismo torero que se llevó a la mili a su hermano pequeño porque no tenía con quién dejarlo, y le pide que no haga travesuras porque les van a echar, y porque estaba deseando que viniera usted por acá, señoriiito, para decirle una cosa... un tanto delicá, y se hace cámara de televisión y sufre un accidente en un partido, que su cuñado quiere explotar hasta el final, pero le ponen una cabeza de caballo en la cama y, claro, eso asusta a cualquiera casi tanto como que un locatis te acuchille mientras te estás duchando.
¿Tan difícil es, coño? (¡Anda, el ranking!) ¿Tan difícil es? Si no pido más.
Pues sí, al parecer eso es muy difícil. Nadie pestañea por gastar cientos de millones en una escena visual increíble (y cada vez tienen que serlo más), pero nadie está dispuesto a pagar a un guionista para que escriba una sencilla historia, una sencilla historia en la que no nos sintamos idiotas en un mundo idiota.

1 comentario:

  1. Tendríais que haber visto Brave.
    Y no lo digo de broma, al menos las texturas y los paisajes están curradísimos.

    ResponderEliminar