sábado, 29 de septiembre de 2012

Quitar para ganar: ¿Quién se atreve?

Billy Wilder contaba que para la escena final de la película Perdición (Double Indemnity, 1944) construyeron una réplica exacta de la cámara de gas de la prisión de San Quintín (una cámara de gas histórica: la primera de los Estados Unidos). No habían obtenido permiso para filmar en la auténtica, así que tuvieron que copiarla en el estudio chapa por chapa y remache por remache, sin reparar en gastos.

Cámara de gas de la prisión de San Quintín. La auténtica

La escena era muy buena: El asesino (pero aun así digno de lástima y de comprensión, y casi de simpatía), encarnado magistralmente por Fred MacMurray, a punto de ser ejecutado, mira a su amigo y compañero Edward G. Robinson, que le ha descubierto y entregado, y que está al otro lado, al lado de la ley, al lado de los buenos (pero nos cae peor).
Las dos miradas lo dicen todo: Mac Murray muestra arrepentimiento, respeto y, a pesar de todo, cariño por su amigo. Robinson, incorruptible, tenaz y férreo, le mira con ojos duros, y con esa boca fina y horizontal, de pez feroz, incluso cruel. Las dos miradas de despedida cierran la película. Fin.
(Ah, ¿que no habéis visto la película? ¿En qué estáis pensando? Corred, insensatos. Meteos entre los ojos y las orejas esa barbaridad de película, esa maravilla que -aunque lo pueda parecer- no os he destripado).

Escena de Perdición (Double Indemnity) suprimida por Billy Wilder

Cuando, una vez montada, Billy Wilder la vio, se dio cuenta de que esa escena magnífica no aportaba nada a la historia, y la suprimió. Se habían gastado un dineral en ella, y además, como he dicho, estaba magistralmente interpretada y realizada. Era estupenda y transmitía una intensa emoción.
Pero en realidad ya había quedado todo claro con la confesión del asesino (sigo sin destripar nada). Ya estaba todo dicho. No había que añadir nada más. Qué risa, con el dinero que se habían gastado los productores, con el talento que habían demostrado todos, desde los decoradores a los actores. (Los productores se aguantaron porque Billy Wilder era una fuente inagotable de beneficios, y confiaban en su instinto para contar historias y, por lo tanto, para llenarles a ellos la caja).
Estoy de acuerdo con Billy Wilder. He visto varias veces la película y nunca he echado nada de menos. No le falta nada o, lo que es lo mismo, si tuviera esa escena final le sobraría y sería peor película.
¿Y si yo hubiera hecho esa escena sería capaz de suprimirla? ¿No me daría mucha pena? Seguro que más de un director mataría por haberla filmado, y sin embargo el que la filmó la desechó.

Otro ejemplo:
Veamos este magnífico aguafuerte de Rembrandt:

Rembrandt. Las tres cruces. Estado I

Es un trabajo delicado, complejo, muy rico. (Clicad la imagen para verla más grande y apreciar sus detalles).
Sin embargo, Rembrandt no estaba satisfecho y siguió trabajando la plancha. Buscaba el efecto de luz que ya se muestra desde el principio, pero quería acusarlo, exacerbarlo. Quería reflejar ese estado terrible y lleno de desesperación que describen los evangelios, con las tinieblas adueñándose de todo y el cielo abriéndose literalmente. Hizo varios cambios. Puso y quitó personajes y lo dejó estar,
Pero años después volvió furiosamente sobre la plancha y dejó la estampa así:

Rembrandt. Las tres cruces. Estado IV

jueves, 20 de septiembre de 2012

Arquitectos e Ingenieros (¿Prometheus y Alien?)

El otro día vi esta foto en la página de Vaumm en Facebook:


Y me quedé pasmado. Lo primero que se me ocurrió fue: "Arquitectos, arquitectos, ¡qué listos nos creemos, y naufragamos ante un grifo!" "Toma ya". "A ver si aprendemos".
Y pensé en la eterna polémica entre nosotros y los ingenieros.

Los arquitectos solemos dejar los problemas a medio resolver, casi siempre porque los planteamos mal, mientras que estos avionacos son perfectos. En su diseño no hay un solo error.
Nuestro problema es que los arquitectos podemos diseñar hoy una plaza de toros, sin haber hecho antes ninguna y sin tener ni idea de qué necesita, y cuando ya empezamos a conocer el tema nos toca hacer un cine. Y así no se puede. Siempre estamos debutando.
En este mundo superespecializado el arquitecto sigue siendo un "humanista"; es decir, un aprendiz de todo y un maestro de nada, y no puede competir con ningún experto. Mientras que un ingeniero lleva toda su vida estudiando e intentando perfeccionar los flaps ante las entradas en pérdida, un arquitecto se plantearía qué es un avión, cómo puede volar, qué sentido tiene el vuelo, etc, y todo lo más hará un disparatado dibujo a lo Leonardo da Vinci (uno de los mayores artistas de la historia, y probablemente el peor inventor), y diría alborozado: "¡Mira, se me acaba de ocurrir! Es un helicoide para trepar por el aire. ¿Lo quieres probar?" "¿Quién, yooooo? Ni harto de vino. Ni loco de la cabeza".
Sí, amigos, así somos los arquitectos. Siempre queriendo inventar la pólvora sin saber ni cómo es exactamente una explosión.

Claro, que también estoy harto de ver proyectos de naves industriales por ingenieros. (Hacen tres rayitas paralelas inclinadas en cada ventana porque, según ellos, eso representa el vidrio. Y cosas así. A veces uno diría que les da igual ocho que ochenta).

Estoy generalizando. Lo sé. Y voy a estropearlo aún más con una comparación.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Cine idiota, mundo idiota

Por fin vi Prometheus. Sí. Me lo habían advertido. Lo sabía. Pero al fin fui a verla. "Es una mera sucesión muy pretenciosa de videoclips". "Pues bueno. Al menos veremos imágenes impactantes. Total, por nueve veinte que cuesta la entrada..."
Pues sí, Prometheus es eso. Se presenta como un precedente parcial de Alien, y la comparación es inevitable.
Prometo una futura entrada en mi blog sobre el tema, porque es muy aleccionador constatar cómo se puede mejorar una obra maestra hasta convertirla en un excremento. (Iba a poner "caca", pero después de bajar 17 puestos en el ranking de blogs acabo de subir dos, y no es cosa de volver a estropearlo). Creo que podemos hacer un elemental paralelismo entre Alien/Prometheus e Ingenieros/Arquitectos, en favor de los primeros, y también a cuento de que los arquitectos deberíamos morirnos todos de una vez y sin hacer mucho ruido (que es lo que parece que se impone), porque no servimos a nadie para nada.
Iré a ello otro día, espero que pronto. Era lo que pensaba hacer ahora, pero no puedo.
No puedo hacer lo que quería porque, antes de inocularnos el pretencioso bodrio, nos han proyectado unos cuantos trailers de lo que se nos viene encima, que es como una especie de advertencia para los idiotas que aún pretendemos ir al cine de vez en cuando en vez de quedarnos en casa viendo por enésima vez nuestras amadas películas de siempre.
(¿Paramount lleva quince días poniendo los tres padrinos seguidos y tú vienes al cine? Pues toma).
De entre los trailers, uno: Abraham Lincoln, el célebre y querido presidente a quien, por cierto, gracias al cine, hemos apreciado todos los humanos, fue, antes y por encima de presidente de los Estados Unidos de América, un cazador de vampiros. Sí. ¿Cómo te quedas?
Tiene un hacha, y en unos mareantes planos picados-contrapicados (pim-pam-pim-pam) como para que Eisenstein y Hitchcock se arrepientan de haber nacido, le echa un ungüento. Al parecer ese ungüento sirve para que el hacha sea eficaz contra los vampiros. En el tráiler no queda claro.
En una sucesión de planos feroces, mareantes, terroríficos, vemos al que creíamos pacífico caballero asestar tales golpes a los vampiros que uno se pone instintivamente a favor de ellos. Pobrecillos.
Es un Lincoln joven, muy anterior al inicio de su carrera política, que uno se pregunta para qué la inició; si es que a lo mejor los del Partido Demócrata eran todos vampiros, y él se vio obligado a liderar el Partido Republicano. Y seguramente los sudistas resultaron ser zombies o algo así. Esto no lo sé, y si para saberlo tengo que ver la película me temo que nunca lo sabré. Ni me entretendré en imaginarlo: No hay nada, por imbécil que se me pudiera ocurrir, que no se viera superado por la mente enferma de esta gentuza.
Yo estaba boquiabierto viendo el tráiler. No daba crédito. Miré un momento a mi mujer, y por la cara de compasión que me puso me di cuenta de que yo la debía de tener de desesperación y angustia. Me apretó cariñosamente el brazo y me eché a llorar.
Así que cuando empezó Prometheus yo ya ni sabía lo que veía.


El cine siempre ha buscado que la gente vaya. Todos los grandes que hoy veneramos eran, antes que nada, unos llenadores de salas de cine. Esa era su única misión. Y así sigue siendo. El cine de hoy quiere ofrecer algo que no se pueda ver bien en la pantalla de un ordenador, y por eso ya no solo se hacen efectos especiales para que choquen tres naves espaciales y te tiemble hasta el píloro, sino que si aparece un señor leyendo en el salón de su casa la cámara le agobia y nos agobia con zooms, travellings, vibraciones de cámara en hombro, etc, y el montaje nos lo muestra rápidamente de frente, de lado, de espaldas, etc.: y el sonido hace uuuaasssshhhh, porque sí, porque la mierdecilla de altavoces de tu ordenador no pueden reproducir ese efecto. El mero hecho de leer tranquilamente en casa es un festival espacio-temporal que nos marea.
Además, el cine, más que nunca, es solo para adolescentes. Y parece ser que eso significa coeficiente intelectual dos coma cuatro.
¿Quién fue Abraham Lincoln? ¡Qué más da! Pregúntale tú ahora a cualquier joven (lo sabe, no lo sabe) quién fue... quien sea. Qué más da. Nadie sabe nada y a nadie le importa.

jueves, 6 de septiembre de 2012

El mejor arquitecto es el arquitecto muerto.

Hoy está un poco agitado el twitter porque Esperanza Aguirre, la Presidente de la Comunidad de Madrid, en una visita a Valdequemada(*) se ha quedado sorprendida por el edificio del ayuntamiento.
-¿Esa cosa qué es?
El alcalde, baboso y viscoso, pelota hasta reptar, le contesta que "esa cosa" es el ayuntamiento, y añade -como escandalizándose del sindiós que es este caótico mundo- que tiene premios de arquitectura y todo. (Ya ves tú).
La cosa sigue, y la presidente acaba diciendo, como atribuyendo este chascarrillo a un allegado suyo que es muy burro, que odia a los arquitectos, y que habría que matarlos porque sus obras les sobreviven: El autor se muere y su cosa ahí se queda. Añade que menos mal que la crisis ha terminado con todo esto y ahora estamos parados.


El alcalde, servil ya hasta comerse el polvo de la calle, echa más leña al fuego: "Pues no ha visto lo que han hecho con la iglesia".



El ayuntamiento en cuestión es obra de unos grandes arquitectos, Paredes y Pedrosa. Y es lo que pasa con los buenos, que hacen una arquitectura poco asequible para los espíritus simples.
¿Qué tenemos los arquitectos? ¿Por qué nos gustan esas cosas que no le gustan a la gente? No lo sé. (O sí). A veces parece que vivimos en un mundo cerrado, que solo nos entendemos a nosotros mismos. No lo sé. (O sí).
Pero, por otra parte, tampoco es cosa de que nos tiremos piedras a nosotros mismos, ejercicio que nos gusta tanto. A lo mejor también tenemos que decir que hay gente especialmente bruta, y no solo por desearnos la muerte.
Esta señora fue Ministra de Cultura, y como tal presidió el jurado del concurso de la ampliación del Museo del Prado. El fallo, lamentable y vergonzoso, dejó el premio desierto y concedió dos primeros accesits, ex-aequo, al estudio madrileño de Alberto Martínez Castillo y Beatriz Matos Castaño y al suizo de Jean Pierre Durig y Philippe Rämi. Cuando le preguntaron por este fallo tan decepcionante, que dejaba el asunto sin resolver, Esperanza Aguirre pergeñó rápidamente la solución: Habría que hablar con ambos estudios para que se pusieran de acuerdo y, juntos, hicieran una solución intermedia entre sus dos propuestas.
Quien tal cosa dijo ni sabe lo que es la arquitectura ni lo que es el trabajo en equipo, ni lo que es el respeto por el trabajo ajeno.
Digamos, por caricaturizar, que uno planteara un rascacielos y el otro un edificio enterrado. ¿Cuál es la solución intermedia?
Yo sé cuáles son las soluciones arquitectónicas que quiere la dirigente de la Comunidad Autónoma de Madrid: Canecillos de madera, tejados de teja, relojes con agujas historiadas de forja, portones de madera con clavos cabezones de hierro, jabalcones de fundición, rosetones de piedra. Lo sé. Lo sé de sobra. Sé perfectamente cómo hacer un ayuntamiento que le guste a Doña Esperanza. Es muy fácil, y queda bien con todo el mundo.
Hay, ya digo, un debate interesante sobre cuál es el papel de los arquitectos en la sociedad, sobre para qué servimos, y podemos hacer una autocrítica profunda sobre la misión de la arquitectura. Podemos debatir muchos asuntos, ya digo. Pero con Doña Espe no merece la pena. Con Doña Espe bastante tenemos con seguir vivos, y eso que la crisis, gracias a Dios, nos tiene acochinados.
Con Doña Espe no merece la pena nada.
¡Mátame, camión!

(*).- Nota. Una amable seguidora del blog me dice que el pueblo no es Valdequemada, sino Valdemaqueda. Perdón; qué fallo más tonto.


sábado, 1 de septiembre de 2012

Entrevistas más acá: Carlo Scarpa

Hacía tiempo que le insistía a Doña Leucemís Cacatuídae López de Berruguete (alias Sita Chloe) para que me brindara el privilegio de entrevistar a otro arquitecto. No sé por qué me daba largas y se desentendía: Con el dineral que me iba a cobrar debería haber estado más que dispuesta. (Yo, por mi parte, no le pensaba regatear sus honorarios, porque la otra vez el blog batió records, y estuve nominado a los premios Blogosfera Desespera y todo).
Un buen día la encontré más accesible y le propuse el nombre de un glorioso arquitecto (que no nombraré). No pudo ser porque estaba castigado y no le dejaban venir. Luego otro (de resaca), luego otro (liado con una admiradora), y al final fue Carlo Scarpa.
Este sí. Este estaba disponible. Vamos, demasiado disponible. Tanto que se presentó en el acto. Otra vez igual: Como había sido mi cuarta opción no había preparado la entrevista, y al ser todo tan rápido, apenas pude pensar en nada.
-¿Versión doblada? -me preguntó Doña Leucemis.
-Sí, por favor -le contesté. Me avergüenzo mucho de mi pertinaz monoglosia, y más ahora que me estoy internacionalizando.
La cara de la Sita Chloe se fue difuminando y en su lugar fue materializándose la de Scarpa. Apareció tan contento, con su sombrerito de turista y todo, y con sus gafotas redondas. Muy pinturero él.
La cara y el sombrero eran suyos, pero las manos que sostenían la bola de cristal seguían siendo las de la Sita Chloe, lo que le daba un aspecto monstruoso e inquietante.


La pícara expresión del maestro, con esos ojillos pequeños y maliciosos como de... como de..., siempre me ha recordado al Conde Draco de Barrio Sésamo. (Bueno, vale; pues a mí siempre me lo pareció).


Esta bien, dejémosnos de tonterías, que así no me van a dar nunca el Blogosfera Desespera. Iba diciendo que su pícara carilla sonriente me hizo un gesto como de complicidad. Le di las buenas tardes, la bienvenida y le manifesté mi admiración.
CARLO SCARPA.- Sí, sí. Admiración. Ya he visto que he sido plato de cuarta mesa.
(Su voz era la de Torrebruno. ¿Por qué me pasarán estas cosas? ¿Por qué elige la Sita Chloe estos dobladores?)
(No podía seguir; no podía. Torrebruno me traía demasiados recuerdos: Sus chistes, que solo le hacían gracia a mi abuelo Vicente, que los repetía ene veces; sus canciones (Tigres, leones, todos quieren ser los campeones); sus amores otoñales (o invernales) con Yola Berrocal, y, el colmo, que fuera mi cuñado Toni, que por entonces era auxiliar de clínica en Madrid, quien lavara y arreglara su cuerpo para el último viaje. Eran demasiados estímulos).
(Por otra parte, Scarpa tenía los ojillos pequeños, pero muy expresivos y picarones, como Torrebruno, y movía las manos "a la italiana", como cualquier mal actor que quiera hacerse el italiano. Como Torrebruno.
"Concéntrate. Olvídate de Torrebruno", me decía a mí mismo. "Es que encima se llamaba Rocco", me contestaba. "¡A lo tuyo!", me regañaba, "Pregunta algo inteligente, leches").
ARQUITECTAMOS LOCOS?- Signore Scarpa -soy monógloto, pero no tanto como para no poder decir signore-, es usted uno de los mayores diseñadores...
CS.- Arquitecto. ¿También me vas a negar tú el título?
AL?- Es cierto. En Italia se lo estuvieron negando toda la vida...
CS.- Porque no había estudiado la carrera. Ya ves tú.
AL?- ...y se lo dieron a título póstumo en cuanto se murió.
CS.- Cabrones. Cuando ya no les podía hacer la competencia.
AL?- Fue un detalle bonito, aunque, sí, algo sarcástico.
CS.- Es una tontería. Yo, como todos, colaboraba con arquitectos, ingenieros... El asunto de la firma era solo una pequeña humillación. Nada más.
AL?- Hemos hablado de su muerte y, perdóneme, pero necesito que me aclare una cosa.
CS.- ¡Ya estamos con lo de mi muerte!
AL?- Escribí un relato...
CS.- ¡Ya estamos con lo de tus relatos! ¡Eres como Umbral!
AL?- ¿Conoce usted a Francisco Umbral?
CS.- ¿Que si le conozco? ¡Pues anda que no nos da el coñazo allí con lo de sus libros, sus libros, sus libros!
AL?- De acuerdo. Perdone. El caso es que quise documentarme sobre su muerte, y hay un secretismo muy grande. En todos los libros se dice que murió usted en Sendai (Japón) a consecuencia de un ridículo accidente, de un estúpido accidente, etc, pero nadie dice qué pasó. Leí todo lo que cayó en mis manos, busqué por internet, escribí a su Fundación (que ni me contestó).
CS.- Y al final pusiste lo que te dio la gana. Te lo inventaste todo.
AL?- No. De verdad que leí que usted había muerto al resbalar en la escalinata del templo Toshogu, y me pareció muy hermoso. Escribí un cuento en el que un espíritu celoso le ponía la zancadilla. Pero cuando estaba todo el libro terminado leí otra versión (que creo que es más cierta), en la que usted se cayó por las escaleras, sí, pero por las mecánicas de un centro comercial. Mucho más prosaico. ¿Cuál es la versión correcta?
CS.- ¿Y qué más da?
AL?- Entonces es la del centro comercial.
CS.- Cuando los libros hablan de un "estúpido accidente" es que verdaderamente fue un "estúpido accidente". Dejémoslo así.
AL?- Vale. O sea, que me quedaré sin saberlo aunque le tenga a usted aquí delante.
CS.- A otra cosa. mariposa.