domingo, 27 de mayo de 2012

Porque sé que de este golpe

(He prometido una tercera entrega de la Historia Universal de la Infamia, y la estoy preparando, pero mientras tanto hay dos versillos que me martillean la cabeza y no me dejan en paz, y los he tenido que soltar. Así que esta entrada de hoy se cuela inesperadamente, y ahora sigo con lo que tenía planeado. Perdón por el desorden).


Mi madre (lo confieso) es muy aficionada a María Dolores Pradera. Yo, a pesar de que uno de sus guitarristas me dio clase de Análisis de Formas, no la he seguido nunca con demasiado entusiasmo.
Pero desde hace un par de años me vienen a menudo a la mente y a la boca estos dos versos de una canción suya:

Porque sé que de este golpe
ya no voy a levantarme

Ni sé cómo sigue ni cómo se titula, pero entono a menudo esos dos versos arrastrando un poco la voz, haciéndola un poco canalla, y con la convicción de que es una verdad absoluta.
Algunos nos intentan convencer de que sí, de que podemos levantarnos, de que vamos todos a levantarnos muy pronto, de que seamos fuertes. Yo creo más bien que debemos hacer un esfuerzo de voluntad y ser muy fuertes, pero para aceptar que tenemos que vivir tirados el resto de nuestra vida. No es tan malo. No pasa nada.
Pienso en esto y, no sé por qué, lo asocio con la Metafísica de los Tubos, de Amélie Nothomb (No sé si tiene mucho que ver, pero citar a la Nothomb es muy cool, y mola).
Me veo (nos veo) como a un gusano, una lombriz, una holoturia o pepino de mar. Es decir: un tubo. Somos tubos. Por un agujero, en un extremo, nos entra la comida, y por otro, en el extremo opuesto, la expulsamos. Por uno nos entra aire, por otro (o el mismo) lo expulsamos. Por uno el agua, por otro la echamos. Somos un tubo, un filtro. No somos nada más. Esa es nuestra física y también nuestra metafísica. Es interesante, e incluso consolador, hacer tubometafísica nothombiana.
Lo que ingerimos (aire, agua, comida) no es exactamente igual a lo que soltamos. Nos quedamos con una parte, que transformamos y procesamos. Esa el la vida. Eso es vivir. Eso son nuestros sueños, nuestros deseos, nuestras ilusiones: digestión.
Mientras tanto, no soñemos con heroicidades. Conformémonos con que nuestros riñones mentales y espirituales funcionen bien, y con vivir lo más aceptablemente posible en el lodo. (Lo más aceptablemente posible se refiere no tanto a las condiciones externas como a nuestra capacidad de aceptación).
En lo profesional, se nos dice cada vez más insistentemente que la sociedad no necesita arquitectos, no solo por la saturación de edificios que ensucian el mundo, sino porque nuestra profesión está mal concebida para el mundo actual, que se nutre básicamente de unos pocos, poquísimos, entes pensantes y de una cantidad considerable de semiesclavos, cuyo perfil idóneo es el de técnico de medio pelo.
Un arquitecto no encaja ahí. Un arquitecto es un ser anacrónico, y un poco ridículo.
Se nos dice que consideremos que un arquitecto no es solo quien proyecta edificios. Que también (y ahora sobre todo) se necesitan arquitectos para hacer informes, para hacer ITEs, para hacer tasaciones, para esto, para aquello y para lo de más allá. No os engañéis. Somos arquitectos. Eso somos. No le hacemos puñetera falta a nadie, pero somos arquitectos, joder.
Los colegios profesionales dan pábulo a espabilados que celebran cursos de reciclaje. En el COAM te soplaban doscientos euros (precio de amigo solo para colegiados) para decirte que mandaras tu formación a la mierda y diseñaras páginas web. ¡Yo no quiero diseñar páginas web! Además, también vamos a ser un montón de gente diseñando páginas web.
Yo soy arquitecto, quiero ser arquitecto. Ya sé que si no hay trabajo como arquitecto tendré que vender lavadoras, qué remedio; pero eso no justifica que nadie, con una sonrisa de oreja a oreja, me anime a vender lavadoras, me venda la moto de que tengo que reciclarme haciendo un cursillo rápido de vendedor de lavadoras y después, cuando me haya encasquetado la corbata de vendedor y haya llenado el maletero de mi coche con catálogos de lavadoras, me dé una palmada en el hombro y me diga que está muy orgulloso de mí.
Al menos, seamos conscientes de que estamos en el lodo y de que somos tubos, como las lombrices. Vivamos dignamente arrastrándonos, heridos, mutilados, sin esperar el resurgimiento, sino mucho más heroicamente, porque sabemos que de este golpe ya no vamos a levantarnos.
Algunos hemos trabajado mucho durante el boom, pero los nuevos… ¿qué va a ser de ellos?
Harán lo que sea. Algunos saben tocar la guitarra. Otros tienen sex appeal. Otros cocinan muy bien. Sobre todo, que nadie pierda el honor, que nadie intente mirar a lo alto, con ojos de carnero degollado. Miremos hacia abajo, como el toro a punto de embestir, revolcados por el fango. Y si tenemos que vender una lavadora lo haremos, pero con los dientes apretados de rabia y de resistencia.
Los que puedan, que vivan de sus ahorros; los que puedan, que vivan de sus recuerdos; los que puedan, que vivan de sus ilusiones; los que puedan, que vivan de su orgullo. Y los que tengan algo que decir, que den un paso atrás y se callen.

3 comentarios:

  1. ¿Y los que aún no somos ni nuevos? ¿Los que necesitamos ánimos para terminar lo que hemos empezado, aún sabiendo que acabaremos vendiendo lavadoras? Qué desmotivante, pero qué cierto...

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  2. ¡Qué gran verdad! ¡Y qué gran desmotivación! Pero yo prefiero pensar eso de 'a mal tiempo buena cara' porque aunque vendamos lavadoras, la satisfacción de sabernos parte de una profesión que puede con todo no nos la quita nadie. Y lo digo yo que dos años después de haber terminado me estoy dando cuenta de que ni sé tocar la guitarra, ni cocinar, ni tengo sex appeal...

    José Ramón, ¡qué bonito escribes! Gracias por tu blog :)

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  3. Llevo un tiempo visitando este blog y me gusta mucho. Además siempre aprendo algo nuevo. Hoy me quedo con el nombre de Amélie Nothomb.

    Me llama la atención la importancia que tiene la profesión (en algunos casos ni siquiera la profesión, tan solo el haber estudiado determinada carrera) en la identidad de las personas que estudian arquitectura o alguna ingeniería. ¡Soy ingeniero! ¡Soy arquitecto! También ocurre con otras carreras pero en menor medida. Conozco a un recién licenciado en Biología que se autodefine como biólogo pero no se sube en un pedestal tan alto para proclamarse.

    Esa apropiación de identidad a través de los estudios siempre me ha parecido un poco ridícula. ¿Un licenciado en Empresariales es un empresario? ¿un licenciado en Historia del Arte es un historiador? Y así podríamos seguir.

    Un saludo y enhorabuena por el blog.

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