lunes, 27 de febrero de 2012

Siempre ocurrentes

Mies van der Rohe decía que uno no se podía inventar un estilo nuevo cada lunes. Él, desde luego, no lo hacía. Ya vimos con qué obstinada certidumbre hacía la misma caja de vidrio para un auditorio, para una universidad y para un museo.
Detrás de la testarudez de Mies hay una voluntad de estilo. Él bebió de De Stijl (tanto que, aun no siendo un miembro de número, para muchos críticos es el mejor arquitecto neoplástico), y De Stijl significa El Estilo. La modernidad, la vanguardia histórica, siempre tiene voluntad de estilo, porque siente que tiene razón, y se obstina en plasmar esta razón en manifiestos, programas, declaraciones, etc. Los artistas modernos son apóstoles de la verdad. Una vez establecidos los programas, las obras son consecuencias directas de aquellos.
Sin embargo, ahora, en este mundo postmoderno ya no hay certidumbres. Ya nadie está seguro de nada. Ahora hay que convencer con cada obra nueva.
Si antes, una vez establecido el catecismo, cada obra era buena con tal de que lo cumpliera, ahora no hay catecismo. Ahora no hay estilo.
Y el arquitecto debe ser siempre ocurrente. Cada nuevo proyecto es una nueva originalidad creativa, que descubre el mundo y, muy a menudo, la pólvora.
Ya no se tiene "un sello propio" característico, "un estilo" reconocible. A cada uno se le puede ocurrir cualquier cosa en cualquier momento.
Menos mal que la postmodernidad, que nos pone en ese disparadero insoportable y agotador, nos da también un arma siempre eficaz: la historia, y un procedimiento para usarla: la descontextualización, la relectura. Si el artista actual ya no tiene un catecismo doctrinario, tiene en cambio un catálogo inagotable, y el permiso para usarlo como quiera: fuera de contexto, fuera de escala y fuera de uso. Es decir: Si ahora diseñas un hospital inspirándote en los triglifos del Partenón no harás sino lo que debes, pero si lo haces inspirándote en los pliegues de la ropa de las panateneas, pues ya ni te cuento.
Ah, y otra cosa: Una sola idea nunca es suficiente. Se te tienen que ocurrir por lo menos dos, y potentes. Vistosas. Si son un poco chorras casi mejor. Así convencerás a los políticos, siempre ansiosos de anécdotas que sepan entender y repetir, y también las repetirán los periódicos, el internet, los documentales y los artículos.
Un edificio que tiene dos ideas chorras, y es un gran edificio, es el MUSAC de León, de Emilio Tuñón y Luis Moreno Mansilla.
Primera idea chorra: 1.a.- Museo de Arte Contemporáneo en León. 1.b.- León es ciudad romana (campamento de la Legio VI Victrix, de donde toma el nombre: Legio = León). 1.c.- Qué bonitos y variados son los pavimentos romanos. 1.d.- Elegimos un tipo de pavimento que nos guste. 1.e.- Et voilà: La planta del edificio se inspira en un pavimento romano.


(Pavimento de piezas cuadradas y rómbicas, del que no consigo encontrar ni un buen ejemplo).
La planta es muy buena. Funciona muy bien, y tiene al mismo tiempo una gran solidez estructural y organizativa y una buena capacidad de adaptación a distintos tipos de exposiciones. El espacio fluye donde así se requiere y se contiene y se remansa donde es preciso. El plano, como organizador del programa, resuelve muy bien sus requisitos. Además, como veremos en las fotos siguientes, esas formas quebradas y onduladas en planta generan un volumen "vibrante y sereno" que organiza también muy bien el espacio exterior y su propia imagen como edificio institucional y singular.
Pero lo único que cuenta, lo que todo el mundo repite y todos veréis en internet si buscáis, una y mil veces, es que recuerda a un pavimento romano.
Pues muy bien. Pues pavimento romano.


viernes, 24 de febrero de 2012

Luis Moreno Mansilla, in memoriam.

Rafael Moneo publica hoy en EL PAÍS unas hermosas palabras sobre Luis Moreno Mansilla, sobre su abuelo y sobre la sensibilidad de la vida.
Por una vez me quedaré callado. Me han gustado mucho.

jueves, 23 de febrero de 2012

Virutas, cosas, Luis Moreno Mansilla...

Ayer murió el arquitecto madrileño Luis Moreno Mansilla a los cincuenta y dos años de edad. Murió súbitamente en su habitación de hotel, en Barcelona, adonde había ido para asistir a la presentación de un libro sobre Enric Miralles, grandísimo arquitecto barcelonés que también murió jovencísimo (y a quien dedico un capítulo en mi libro Necrotectónicas, que os podéis descargar buscando en la columna de la derecha de este blog).
Y yo, como soy tan inoportuno, quiero hacer una necrológica sobre él (a quien conocí en Toledo), y me inflamo de simpatía y de buenos sentimientos... y precisamente entonces me acuerdo del queso que iban a hacer al lado de las torres del Real Madrid. (¡Mierda!).


Y me desinflo, y decido no escribir nada. Como dice Tambor, en la película Bambi, "si al hablar no has de agradar, te será mejor callar".
Pero como esto lo dice Tambor conminado por su madre, pero su naturaleza es la opuesta, y como yo soy muy de Tambor, pues hablo y meto la pata, como de costumbre.
Tuñón y Mansilla son de los más grandes arquitectos españoles (aunque veo que tienen su página web en inglés. Ole ya. Tomad nota, arquitectos españoles: Go but not to home, yeah. Go out).
Tienen numerosas obras dignas de análisis y de valoración. Pero entre ellas señalo precisamente una muy fallida a mi juicio: la del queso de gruyere colocado ante las torres del Real Madrid, como monumento al despelote urbanístico español de los primeros años del milenio.
¿Qué es? ¿Para qué sirve? A nadie le importa.
Y una vez pinchada la burbuja y hundida la profesión, intervienen en un vídeo retrospectivo y retroviral declarando (con Blanca Lleó, la de la manzana volcada de Valdebernardo con MRDV) que ellos siempre han respetado... siempre han valorado... siempre han tenido en cuenta... ¡Venga ya!
(Dos de los más conspicuos oficios de este mundo son: a) ser profeta retrospectivo, y adivinar a posteriori lo que iba a pasar, y b) correr siempre en socorro del vencedor).
Conocí a Tuñón y a Mansilla cuando ganaron el concurso del Museo de la Vega Baja de Toledo, que se iba a construir para exponer e interpretar las riquezas que tenían que salir a borbotones de las excavaciones arqueológicas (pero que se resisten tozudamente a aparecer. Me dan ganas de entrar una noche al recinto y antiexpoliarlo: Es decir, dejar caer alguna moneda visigoda previamente adquirida en alguna subasta numismática. La alegría que se llevarían los arqueólogos sería de órdago. El pollo que se iba a montar en los periódicos. ¿Por qué no privarles de una alegría tan grande por unos pocos euros?).
Me voy del hilo. El hilo es que siempre impresiona ver que los dioses son de carne y hueso, y comentan, preocupados, que no les pagan; que no hacen más que ganar concursos pero que no ven un euro. ¡Ay!

miércoles, 8 de febrero de 2012

Visión muy mía y muy personal de Tàpies

Ahora que acaba de morir Antoni Tàpies quiero intentar aclararme a mí mismo las ideas e intentar balbucear algo sobre él.
En primer lugar, y solo lo cuento como anécdota personal, a mí la obra de Tàpies nunca me ha gustado. (El arte no tiene nada que ver con el gusto. Al fin y al cabo, que me guste o no me guste es un problema exclusivamente mío). Nunca me ha transmitido nada. (Bueno, sí: la concreción matérica de su obra sí me interesa; el poder del barro, de la tierra, del cartón roto, del fuego). Pero, en definitiva, nunca he sido un fan suyo. Y, sin embargo, me he visto en la necesidad moral de partirme el pecho por él en más de una ocasión.
Porque, reconozcámoslo, para la gente que opina que el arte de vanguardia es una tomadura de pelo, que el arte abstracto es un timo y una mamarrachada, Tàpies se lo ponía a huevo. Y por eso siempre ha sido a Tàpies a quien más han atacado, y con más saña. (Aún recuerdo la burla, el escarnio y la befa de Carlos Herrera ante el famoso calcetín). Y, por eso mismo, siempre ha sido el artista por quien más veces he sacado pecho.
Pero dejemos esa mera declaración personal vacía (¡Yo por mi hija ma-to!) e intentemos explicar (y explicarnos) algo sobre Tàpies.
No sé si es por mi formación como arquitecto, pero tiendo a valorar más el arte constructivo que el experiencial (toma palabro). Con el arte constructivo me refiero al que crea espacios, formas, estructuras... en un intento de ordenar el caos y entender el universo. Con el arte constructivo me refiero, obviamente, a Mondrian, Oteiza, Rodchenko, etc. Pura geometría, puro espacio sin tiempo, como diría Oteiza (aunque para este las líneas negras de Mondrian o las barras de Rodchenko ya eran moléculas de tiempo que rompían el espacio puro).
Siguiendo esa línea de pureza geométrica extrema puedo hacer extensivos mis amores a otros artistas menos "puros", como Picasso, Chillida, Palazuelo, Henry Moore, Kandinsky, Paul Klee, ... (Perdón por la simplificación y la caricatura).
Pero en general no soy demasiado sensible a quienes, en vez de intentar organizar el universo (o al menos el trozo de lienzo o el trozo de mármol), utilizan el arte para gritar sus obsesiones, llorar sus quejas o constatar lo dura que es la vida.
Tàpies no era exactamente un expresionista, pero sí que se ve en su obra el predominio del tiempo sobre el espacio. En su obra veo "las cosas que pasan", "el tiempo que pasa": Obsesiones nacionalistas y políticas, humo dejado por el fuego, huellas sobre el barro, vestigios, tránsitos, restos, gestos. Es todo tiempo, puro tiempo, pura huella del pasado sobre el presente. No es una "construcción del espacio" sino una constatación, en un soporte espacial, de lo que ha pasado. Es una obra narrativa, vivencial, secuencial, psíquica.
Creo que Tàpies fue uno de los artistas más coherentes del mundo, y su obra es de una honradez irreprochable, siempre fiel a sí mismo.
Pero creo que no es un pintor para arquitectos. Los arquitectos, como los pintores "constructivistas" que dije antes, hacemos espacio para entender el mundo, y, de paso, para que en el espacio pasen cosas. Hacemos un "espacio sin estrenar". Los "expresionistas" (por usar una palabra) nos dan ya el espacio usado, estrenado, mancillado por el tiempo, e incluso echado a perder por él.
No es el "espacio-cromlech" de Oteiza, el espacio puro, vacío, organizativo.
Como señala tan acertadamente Oswald Spengler en su obra La Decadencia de Occidente, "lo trágico es el tiempo". Si unimos a Oteiza con Spengler tendremos, por una parte, un anhelo de construir un espacio puro, libre de tiempo, a salvo de la tragedia, vencedor de la tragedia y, por otra, y en el otro extremo, un anhelo expresionista de gritar, de llorar, se sucumbir a nuestra propia tragedia vital, de plasmar el tiempo "narrativo" e irreparable en la obra.
En ese sentido, aunque yo anhele la construcción arquitectónica antitrágica, siento mucho respeto por el dolor de Antoni Tàpies, el artista que más honradamente lloró la tragedia, la suya y la de la sociedad en la que vivió.

jueves, 2 de febrero de 2012

Por si (no) te gusta el jazz

Como continuación del post sobre Robert Krier (y de tantos otros), surge la eterna pregunta: ¿Por qué a la gente no le gusta la arquitectura moderna?
Es una cuestión sin respuesta, porque tiene demasiadas respuestas.
Yo creo que al ciudadano común no le gusta la arquitectura moderna, ni la literatura moderna, ni la música moderna... etc. Hay una primera y fácil lectura: El ciudadano común no tiene cultura suficiente. (Decimos esto y nos quedamos tan tranquilos. Y podemos añadir: "El que quiera saber más, que estudie").
Vale. Muy bien. Pero no es verdad. Ni la gente es tonta ni es inculta. Hay gente inculta; claro que sí; pero a la mayoría de los cultos tampoco les gusta la arquitectura moderna. Además, hay que tener en cuenta que la gente de otras épocas, mucho más inculta que la de ahora, siempre ha entendido el arte de su tiempo. Shakespeare, antes que nada, era empresario teatral, y su máximo objetivo era llenar The Globe. Y lo llenaba. Y la gente, la mayoría analfabeta, entendía perfectamente ese lenguaje y esa dinámica teatral. Aquí pasaba lo mismo: Lope, Calderón, Tirso y compañía arrasaban, y a Cervantes le hicieron no solo innumerables ediciones piratas de su Quijote, sino que hasta escribieron una segunda parte apócrifa y canalla. Porque era un best-seller.
Nos sorprende que en otras épocas un público muy poco cultivado supiera apreciar el arte de su época, mientras que ahora una ciudadanía infinitamente más culta y más preparada no entienda el arte contemporáneo, que en cierto modo es mucho más complejo y contradictorio que el de "antes", pero también en cierto modo es mucho más sencillo y simple.
¿Qué explicación tiene esto? No lo sé. Si lo supiera estaría dando conferencias y publicando libros. Se me ocurre que en tiempos pasados la estructura narrativa era unívoca, nítida, clara. El lenguaje era muy elaborado, muy desarrollado, pero dentro de la línea que se esperaba de él. Ahora el lenguaje es más sencillo, más alapatalallana, pero no por ello es más comprensible. Porque su estructura es más contradictoria.
Supongamos que en los Siglos de Oro (por ejemplo) la gente llana, la gente inculta, hablara en un color verde desvaído, sucio, y la alta literatura hablara en un color verde brillante. Digamos que la gente no sabía hablar así, como veía que se hablaba en el arte, pero lo entendía y lo tomaba como modelo y referencia, e incluso como meta ideal.
Supongamos ahora que en los albores de la modernidad la gente, bastante más culta ya, hubiera aprendido a hablar en un color verde mucho más definido. Pero el arte le decía cosas en rojo oscuro.
Y ahora, cuando ya entendemos la vanguardia, cuando todos hablamos en un color verde ya muy bueno, y estamos dispuestos a medio entender el rojo oscuro e incluso el amarillo limón, el arte nos habla en milímetros, o en Si bemol mayor, o en grados centígrados.
Y encima nos regañan porque no entendemos. Y con la lengua fuera intentamos ponernos al día, pero el horizonte es inalcanzable: Está siempre igual de lejano hagamos lo que hagamos.
Se le quitan a uno las ganas. (Y además leemos a unos cuantos pedantes, como el tío borde ese de Arquitectamos locos?, haciéndose los interesantes con su blablablá y poniéndonos de medio atontados para arriba).
Ha habido un tremendo cambio de paradigma, y lo sigue habiendo. Estamos en el cambio. Los valores son otros, lo sacrosanto se disuelve, los códigos se transforman. No hay forma de establecer puntos de referencia, ni criterios seguros. De esto hablaremos más veces.
He dicho que no tengo la explicación del enigma, pero hay algunos ejemplos en los que veo cosas (que no sé interpretar). Uno de ellos es la música de jazz. (Esta entrada, como su título indica, iba sobre una obra de jazz, pero me he alargado tanto en la introducción que ya casi tengo que terminar. No me gusta escribir entradas muy largas).
Vamos a lo principal, y rapiditos: