martes, 7 de septiembre de 2010

¿Se debe ser postmoderno?

Obviamente, sí. Como dije ayer, no hay otro remedio. Es lo que nos toca.
El moderno es lineal. Tiene una fe ciega en el progreso del mundo y de la humanidad, y pone su grano de arena para colaborar a ello.
Desde el S. XIX había un optimismo ingenuo y al mismo tiempo muy fuerte y enérgico en el progreso. El XIX es el siglo del gran descubrimiento: El ser humano es capaz de todo. Puede modificar la naturaleza, puede volar, puede ir a la luna, puede vivir bajo el mar, puede acabar con la enfermedad, puede vivir eternamente. Entonces empezaron a producirse grandes inventos que eran como acontecimientos deportivos, como gestas heroicas. Y grandes descubrimientos científicos, y viajes, y construcciones. Todo ello culminó en el S. XX, pero tan eficazmente que a la mitad del siglo la gente vio que ya había llegado al final del camino, y no supo qué hacer. (También comprobó que el bello progreso había causado las dos guerras más horribles de la historia de la humanidad. Las bombas de Hiroshima y Nagasaki mostraron que la potencia científica del ser humano no iba unida a otras cualidades).


El espíritu moderno confía en que el mundo se puede entender, y tiene una fe ciega en que lo acabará entendiendo. Está seguro de que todo responde a una estructura, y cree que la lógica y la racionalidad funcionan en todos los campos y a todos los niveles. Hasta los surrealistas tienen una fe ciega en la lógica.

Con gran ingenuidad, pero también con entereza y determinación, el moderno cree que lo que no se sabe es que aún no se sabe. Pero se sabrá. También cree que lo que no funciona es que aún no funciona, pero funcionará. Se terminará el hambre en el mundo, porque los sistemas productivos serán más eficaces, pero también porque la política será más justa. Todo irá cada vez mejor, y el ser humano sabrá cada vez más.



El movimiento moderno no tiene más remedio que tener un programa, y por lo tanto unos objetivos. Y no tiene más remedio que cumplirlos. Así que llega a su final ineludiblemente.



Creo que lo postmoderno no surge porque lo moderno haya terminado y no haya solucionado los grandes problemas humanos, sino sólo porque ha terminado y no tiene más que rascar. Es decir; creo que el postmoderno no es una crítica al moderno, ni una respuesta ante su fracaso, sino una alternativa perentoria y obligada porque hay que seguir haciendo cosas y el método moderno ya ha cumplido.
Los manierismos suelen ser gloriosos. Después del Renacimiento, y antes de atisbar el Barroco, hay una tierra de nadie donde surge el manierismo. No tiene la fuerza teórica del Renacimiento ni la del Barroco, pero tiene a Miguel Ángel, por poner un ejemplo.


Miguel Ángel no tiene el rigor ideológico teórico de sus antepasados del Quattrocento, pero es un técnico divino, y tiene una sensibilidad y un sentimiento del equilibrio pasmosos.
Introduce un ligero desequilibrio en sus obras, que les da una vida y un temblor mágicos. Pero no son ya las estructuras clásicas de sus mayores, sino unas formas más complejas y más sutiles.
La realidad es más compleja de lo que el estructuralismo y la modernidad quieren admitir, y nosotros la hacemos más compleja todavía. Heisenberg nos dice en su principio de incertidumbre que hay cosas que no se pueden saber porque no se pueden saber. Nunca podremos conocerlas. Ya no hay fe en el progreso; ya no hay el confiado "aún no lo sabemos", sino el desencantado "nunca lo podremos saber".
Nuestra propia cultura enrevesa la realidad, le quita la inocencia (como decíamos ayer). Esa realidad nos envuelve y nos enreda, y renunciamos a dominarla y a entenderla. Las estructuras no son ya lineales, ni arbóreas ramificadas, sino rizomáticas, como nos dice Agustín Fernández Mallo. Todo se mezcla con todo, y todo remite a todo.
Una buena parte de lo que entendemos por postmodernidad es sólo antimodernidad, todo vale, cara dura. Es lo más vistoso del postmodernismo, y a mí me revienta. No quiero renunciar a la racionalidad, a la lógica, a intentar entender el mundo. No me valen los que renuncian a luchar y se refugian en el cinismo y en el petardismo.
Sin embargo, considero que son excelentes artistas postmodernos, por ejemplo y entre muchos otros, Paul Auster, Woody Allen, Murakami, el último Jorn Utzon, e incluso el último Le Corbusier. Leen en horizontal escribiendo en vertical, tuercen los renglones para escribir torcido, mezclan tramas y argumentos, superponen estructuras contradictorias, saltan de una a otra y ofrecen el pasmado caleidoscopio de su obra imbricado en el laberinto de la vida.
Si es así, entonces se debe ser postmoderno.

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